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'Un home sol': desmontando el sistema
Miquel Sitjar protagoniza esta fábula futurista en el Versus Glòries
Eduardo de Vicente
Periodista
En 1949, George Orwell abrió un camino inexplorado con su novela 1984, donde retrataba un mundo distópico, represivo y asfixiante dominado por un Gran Hermano que, décadas más tarde, sirvió de inspiración al famoso programa televisivo. Desde entonces han surgido una gran cantidad de obras que especulan con un futuro ultratecnológico y, casi siempre, en un tono pesimista, pero con ellas también apuntan hacia la rebelión para que nos planteemos qué debemos hacer para impedir llegar a esos extremos. Un buen ejemplo de ello es la inteligente pieza que ha estrenado el Versus Glòries, con un texto muy simbólico en el que no falta ni sobra una coma modélicamente escrito por Muriel Villanueva y Jordi Cadellans (autor de la excelente Here comes your man) y también codirector junto a Raül Tortosa, Un home sol.
El título ya apunta que únicamente hay un artista, el camaleónico Miquel Sitjar (cómplice de los directores en Sota la catifa) pero quien espere un monólogo, mejor que vaya a otro sitio. Y es que la obra propone múltiples diálogos en off, lo que provoca que el actor no pueda relajarse ni un segundo para interactuar con los fragmentos grabados que tiene que sincronizar milimétricamente. Todo un reto porque en ningún momento te da la impresión de que sea el único actor ya que también intervienen en vídeo Sílvia Forns y las voces en off de Núria Florensa, Toni Sevilla y Adriana García.
Un cumpleaños en soledad
El escenario representa la casa del protagonista, algo dejada y no demasiado vistosa. Una pared está cubierta por un plástico de arriba a abajo y allí se encuentra la cocina con su fogón y su nevera y, enfrente, unos estantes metálicos con diversos archivadores y, repartidas por el espacio, cajas de cartón embaladas. El único elemento futurista es un cuadrado, una especie de asistente personal inteligente tipo Siri, con un misterioso diseño con triángulos invertidos, logotipo que también está presente en dos pequeñas pantallas que harán de televisión o para comunicarse por video llamada.
El protagonista entra en casa vestido con un típico atuendo de ejecutivo, americana y corbata negra y camisa blanca. Está hablando por teléfono, mira las noticias sobre unas protestas y algo le hace buscar entre sus recuerdos un clásico encendedor Zippo. Lleva un pastelito sobre el que deposita unas velas, ya que ese día cumple 50 años y debe celebrarlo en soledad. La máquina le felicita mientras lanza un anuncio y le obliga a hacerse una fotografía. Una llamada del Ministerio de Demografía le altera ya que ha cumplido la edad en la que tiene que dejar paso a los jóvenes y presentar su historial de los logros que ha alcanzado en su vida para puedan decidir sobre su futuro.
Una llamada y un juicio
Su antigua pareja, Blanca, utiliza una videollamada para felicitarle y preguntarle por su vida actual. Él le explica que trabaja como adulador, lo que consiste en proteger a un líder de los comentarios negativos de la gente. Pero ella le plantea que eso supone aislarse de la realidad y le pregunta cómo se va a enfrentar al juicio sobre su vida y descubrimos que tuvo un pasado revolucionario que dejó atrás y que se considera reeducado. Más bien domesticado y sumiso, podríamos decir. Durante la conversación deduce de las palabras de Blanca que tuvieron una hija de la que nunca tuvo conocimiento, algo que le puede servir para demostrar que hizo algo importante durante este medio siglo.
El hombre se enfrentará a un juicio frente a unas indescifrables voces metálicas ante las que deberá defenderse mientras las audiencias televisivas sobre su caso van subiendo y bajando pero, cuando se rebela, la intensidad es máxima y ascienden desorbitadamente. La acción también estará salpicada por un vídeoclip de hip hop con el lema “Qué se suposa que hem de fer, cremar-ho tot i sortir al carrer” y una ingeniosa recreación de su paso por la cárcel, escenificada con unos láseres rojos. Destaca también una escena en la que el actor se desdobla en un diálogo entre el protagonista, cuando era joven y en la actualidad, donde muestra su versatilidad y entrega.
Un desenlace muy tenso
El tramo final es de una gran tensión y la lectura acaba siendo que hace falta un cambio, que el miedo no es una excusa y que el pueblo debe hacerse escuchar. Al acabar la representación aún hay una última sorpresa con el divertido mensaje para abandonar la sala que, pese a los nervios vividos durante la función, nos hace salir con una sonrisa bajo la mascarilla. Una obra que sorprende por su profundidad y, al mismo tiempo, la sencillez con que está explicada, con una coordinación total entre el actor y la tecnología. Un sorprendente montaje que merece que Sitjar no se sienta nunca solo y los espectadores llenen el teatro.
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