QUÉ HACER HOY EN BARCELONA
Un fracaso convertido en éxito internacional
El 'clown' Fred Blin ofrece su último espectáculo en... ¿catalán?
Eduardo de Vicente
Periodista
La línea que separa el éxito del fracaso es mucho más fina de lo que pensamos. A veces, una obra artística no funciona simplemente por pequeños detalles, por un reparto equivocado, un elemento desacertado, una frase inadecuada o, incluso, un cartel anunciador poco seductor. Del fracaso nos habla en su obra el clown francés Fred Blin, que podrá verse en la sala pequeña del Teatre Gaudí tan solo hasta el domingo día 21. Para empezar su título ya es desconcertante y nada tiene que ver con lo que trata, Sempre tenim raó? (Which whitch are you), ni siquiera esta traducción del inglés significa lo mismo que en catalán.
Imaginemos que un día vamos al teatro como espectadores y resulta que el protagonista se ha puesto enfermo y nos obligan a actuar en su lugar. ¿Qué haríamos? ¿Improvisar? ¿Intentar que el tiempo pasara lo más rápido posible? Pues eso, justamente, es lo que intenta este insólito payaso. El escenario está ocupado únicamente por una silla plegable y una mesa con tres campanillas dispuestas como el juego de un trilero y cubierta, en parte, con cinta americana, además de un micrófono de pie. El actor hace su aparición con un excéntrico vestuario, con una bata, una gorra de Ferrari y unos zuecos que utiliza para dar mayor sonoridad a sus zapateados.
Un espectáculo multilingüe
Nos advierten que la obra ahora es en catalán. Bueno, eso es un decir, porque lo cierto es que Blin habla un idioma propio mezclando un catalán atropellado con el castellano, el francés y, sobre todo palabras inventadas o modificadas (“tinc un dubti” o “hem d’acabar aviat perque hi ha el tocadequé”) para hilaridad de la platea, confundiendo los verbos ser y estar (“Jo no estic català”). Siempre con un indisimulado acento francés y, en algunos momentos, resulta incomprensible, pero es lo de menos. Parece mentira cómo alarga el espectáculo durante algo más de una hora con una mínima sustancia, simplemente recurriendo a su ingenio y la improvisación. Y gritando mucho (¿para qué necesita un micrófono?)
El extravagante personaje nos pregunta si estamos esperando a alguien y nos advierte que ha habido algún problema y debe actuar él en el lugar del artista anunciado. Juega con unos bolos de plástico o con un balón de rugby que intenta botar como si fuera de baloncesto con hilarantes resultados, prueba a introducir en su monólogo refranes con las palabras cambiadas, canta Love me tender como puede y nos anuncia que va a hacer un quick change, un cambio rápido de vestuario, vestirse y desvestirse como un reflejo de la sociedad contemporánea y que nos ofrecerá un espectáculo de travestismo shakespeariano. Casi nada.
Empieza la función
Suenan las primeras notas del tema discotequero Kung Fu Fighting, pero la música también se interrumpe, no llega ni a sonar la letra, y aparece con un nuevo atuendo con un vestido clásico blanco, como griego, y un gran velo, con la boca pintada de rojo como si fuera el Joker de Batman. Finge ser una princesa, pero no acaba de arrancar con el rimbombante texto, se distrae, se equivoca y vuelve a empezar una y otra vez hasta llevarnos casi al agotamiento, entre risas, eso sí. Se disfraza con una capa negra y finge perseguirse a sí mismo. Va comiéndose un plátano y tira la cáscara al suelo, todo un clásico, ¿cuándo resbalará?
Pregunta al público “Quina hora és?” ya que no sabe qué más hacer para entretenernos sin un guion establecido, “Hi ha un problem”, hace malabares con los bolos, se dirige a un perro imaginario y coge una cuerda para saltar a la comba aunque también se reserva algunas habilidades escondidas. “Ningú vol estar al meu lloc i us burleu de mi” nos recrimina. Nos invita a irnos “contra més us quedeu més decebuts sortireu”, y nos advierte que saldremos sin saber ni de qué va la obra ni si se ha acabado. Al final interpreta un popular tema mexicano (en voz baja, a diferencia del resto del montaje) y nos despide en la salida.
Juegos y sorpresas
Es un sorprendente espectáculo con altas dosis de improvisación en el que el público también puede (y debe) participar, donde Blin deconstruye el vocabulario y el lenguaje, utiliza la expresión corporal para transmitir sus ideas, refleja el miedo del actor frente a la soledad del escenario y consigue arrancarnos carcajadas a partir de la nada. Es curioso comprobar cómo una reflexión sobre el miedo al fracaso se ha convertido en un éxito internacional…
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