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El Phenomena repasa la obra de Peter Weir

Proyecta seis de sus mejores títulos durante este mes

weir apertura

weir apertura / EFE / SUSANNA SÁEZ

Eduardo de Vicente

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Uno de los grandes realizadores del siglo XX fue el australiano Peter Weir quien, tras firmar títulos como Picnic en Hanging Rock o Gallipoli, llamó la atención de la industria de Hollywood que le abrió las puertas de par en par. Su habilidad para tocar todo tipo de géneros y la brillantez de su puesta en escena le convirtió en uno de los favoritos del público y la crítica aunque la Academia no le concedió jamás ese Oscar que merecía tras ser nominado en seis ocasiones. Ya en pleno siglo XXI sus películas se fueron espaciando cada vez más hasta cerrar su filmografía en el 2010 con Camino a la libertad. El Phenomena ofrece estos días una retrospectiva (Peter Weir: sin miedo a la vida) dedicada a este polifacético cineasta en la que podrán verse en pantalla grande, como debe ser, algunos de sus mejores títulos.

De la intriga a la política

Esta misma tarde podemos recuperar Único testigo (1985), que fue su primer título norteamericano y en el que mostró su habilidad para aunar calidad y comercialidad. Un niño presencia cómo un hombre es asesinado en los lavabos de una estación de tren. El policía que investiga el caso se lleva al pequeño a comisaría para que identifique al culpable y descubre que se trata de un personaje importante con múltiples conexiones. La vida del niño y la del propio agente corren peligro, por lo que decide ocultarse en la comunidad amish, anclada en el pasado, donde reside el muchacho. El filme sirvió para demostrar el talento dramático de Harrison Ford más allá de sus habituales héroes, descubrir a Kelly McGillis (poco después, protagonista de Top Gun) y quedarse con la mirada del niño Lukas Haas que proseguiría su carrera como adulto. ¡Ah! y un jovencísimo Viggo Mortensen en su debut cinematográfico. Para el recuerdo queda también la vieja canción de Sam Cooke, Wonderful world, que alcanzó una gran popularidad.

El año que vivimos peligrosamente (1982) podrá verse mañana domingo y fue su última película australiana. Estaba enmarcada en el contexto de esa década, cuando coincidieron diversas películas de contenido político que utilizaban la figura del periodista o el reportero de guerra para denunciar los abusos que se habían cometido, o que aún se cometían, en determinados países. Bajo el fuego, Missing (Desaparecido) o Los gritos del silencio fueron algunos de sus mejores exponentes. Mel Gibson interpretaba a un periodista australiano que es destinado para su primera corresponsalía a Indonesia, donde se verá involucrado en la revolución de 1965. Allí, colaborará estrechamente con un astuto fotógrafo de origen oriental (encarnado por la actriz Linda Hunt, que obtuvo un Oscar por esta interpretación) y se enamorará de una funcionaria de la embajada británica (una Sigourney Weaver recién salida de Alien).

Ecologismo y su primera comedia

La costa de los mosquitos (1986) se proyecta el lunes y fue recibida con división de opiniones. Esta adaptación de la novela de Paul Theroux cuenta la odisea de un inventor que abandona su cómoda casa para irse a vivir con su familia a la selva de Honduras. Allí, con la ayuda de los nativos, edifica un conjunto de barracas y crea un sistema de irrigación. Sin embargo, la llegada de tres mercenarios alterará sus planes. Su contenido ecologista fue valorado pero su narración resultaba algo dispersa y pretenciosa. El realizador volvió a contar con Harrison Ford que estaba acompañado por el añorado River Phoenix (quien, curiosamente, se convertiría en el joven Indiana Jones en su tercera aventura unos años más tarde). La partitura electrónica de un clásico como el sinfónico Maurice Jarre (Lawrence de Arabia, Doctor Zhivago) contribuyó a la confusión.

Tras más de 20 años de profesión, en 1989 se acercó por primera vez a la comedia con Matrimonio de conveniencia (día 13), pero también con su ración de crítica social sobre la situación de los inmigrantes. A finales de los años 80, el género de la comedia parecía haber sufrido un estancamiento con predominio de filmes sobre jóvenes universitarios descerebrados y destrucción de todo tipo de objetos. Por este motivo fue muy bien recibida, ya que suponía un regreso a los clásicos que basaban su encanto en sus ingeniosos guiones y su elegancia. Los protagonistas son un camarero francés que vive en EEUU y una joven norteamericana, que no se conocen, pero deciden casarse. Él quiere obtener de este modo la carta de residencia, mientras que ella pretende conseguir un apartamento que posee un gran invernadero y que se alquila exclusivamente a parejas. Pero el gobierno decide estudiar su caso y deberán aprender a conocerse mutuamente para pasar un examen. Supuso el debut en el cine norteamericano de Gérard Depardieu, tras el éxito de su Cyrano de Bergerac, y descubrió a Andie McDowell la comedia romántica, género en el que se consolidó con Cuatro bodas y un funeral.

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El maestro ideal y un accidente aéreo

Si hay un título que todos recordemos de Weir es El club de los poetas muertos (1989) que llegará el día 14. Trata un tema que no era nuevo, el del profesor que, además de culturizar a sus alumnos, se ocupa de hacerles madurar como personas, pero su éxito provocó una serie de imitaciones o derivaciones (Un poeta entre reclutas, Mentes peligrosas o Profesor Holland). Sin embargo, ninguna de ellas consiguió tal carga de emoción. Un Robin Williams menos estrambótico de lo esperado (hasta entonces su filmografía se centraba en la comedia) encarnaba al profesor Keating, un maestro que, en plena educación victoriana, desafía a sus alumnos a que aprendan a pensar por sí mismos y utiliza la poesía como principal instrumento. Su actitud provoca el rechazo de los rectores del colegio y de los padres de los chicos. Junto a Williams destacaba la presencia de dos jóvenes valores que se fueron consolidando con los años: Robert Sean Leonard (Mucho ruido y pocas nueces, House) y Ethan Hawke (Antes de amanecer, Boyhood). Gracias a ella, ahora todo el mundo sabe lo que significa la expresión latina Carpe Diem.

La última propuesta, y la que da título al ciclo es Sin miedo a la vida (1993), que cerrará la retrospectiva el día 21. Es una de sus cintas más valientes, un duro drama psicológico basado en una novela de Rafael Yglesias, autor de la adaptación al cine de la obra teatral La muerte y la doncella. Un arquitecto sobrevive a un espectacular accidente aéreo. Este hecho provoca que se replantee toda su vida. Su conducta cambia y se reúne con otra persona que también viajaba en el avión, una mujer que perdió a su bebé en el suceso. Su esposa es la primera víctima de su nuevo comportamiento. La fuerza del filme radica en los actores, desde un iluminado Jeff Bridges hasta Rosie Pérez (que fue nominada al Oscar por este trabajo), pasando por Tom Hulce (Amadeus), John Turturro (Barton Fink), Isabella Rossellini o Benicio del Toro. Una serie de títulos para recordar a un fantástico realizador y gritarle bien alto “¡Capitán, mi capitán!” antes de ponernos de pie sobre un pupitre.