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'Els subornats': teatro con aroma a cine negro

La Sala Beckett estrena esta obra de Lluïsa Cunillé con La Ruta 40

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subor portada / DAVID RUANO

Eduardo de Vicente

Eduardo de Vicente

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Los sobornados (The big heat) es un filme que rodó Fritz Lang en los años 50 que protagonizaban Glenn Ford, Lee Marvin y Gloria Grahame sobre un policía que investiga un complejo caso de corrupción y que se convirtió en un clásico del cine negro. La autora Lluïsa Cunillé la ha utilizado como inspiración y, a la vez, homenaje para Els subornats, una de las obras que forma parte del ciclo que le está dedicando la Sala Beckett, escrita expresamente para la compañía La Ruta 40 y dirigida por Lurdes Barba. Es la historia de unos personajes, pero también un cariñoso epitafio al cine tal y como lo conocimos.

La acción transcurre íntegramente en una cabina cinematográfica. Las paredes están repletas de fotos de actores y filmes, desde el Viaje a la Luna de Méliès al Psicosis hitchcockiano pasando por el cartel de The big heat, tiene su proyector de 35 milímetros y su moviola para empalmar los rollos de película, un taburete, un sofá, una lámpara, cajas (una de ellas lleva escrito el título de otra obra de Lang, M, el vampiro de Dusseldorf), bobinas y, al fondo, una salida de emergencia. A ambos lados del escenario se encuentran dos pantallas en las que se proyectarán fragmentos de la película mencionada en versión original subtitulada en catalán.

El escenario representa una cabina de un cine en sus últimos días.

El escenario representa una cabina de un cine en sus últimos días. / DAVID RUANO

El proyeccionista y los políticos

En esta habitación trabaja Eduard (Alberto Díaz / Xavier Ripoll), un veterano proyeccionista con amplia experiencia que se encuentra con Carles (Albert Prat), un político que trabaja con su hermano, al que están esperando. El primero viste de forma muy sencilla mientras que el otro va con una gabardina tras la que se esconde un traje con americana y corbata. El cine es propiedad de un hombre mayor y, cuando fallezca, probablemente desaparecerá la sala. Su declive es inevitable, casi no hay espectadores y el local está muy viejo y descuidado. El trabajador es muy reservado y tranquilo mientras que el político es muy conversador y filosofa sobre los vicios y las virtudes.

Imagen promocional del espectáculo con los cuatro personajes.

Imagen promocional del espectáculo con los cuatro personajes. / DAVID RUANO

Llega el hermano (Sergi Torrecilla / Jaume Ulled) y Eduard lo recibe pero los deja a solas. En este intervalo, el recién llegado recuerda anécdotas de su juventud sobre la pasión de ambos hermanos por el cine desde su infancia. Le explica el funcionamiento del proyector con sumo detalle, la función de la moviola y también le cuenta que, como explicaba Juan Marsé, todos los cines conservan los fantasmas de los actores que pasaron por allí. Está en un momento difícil, viviendo a salto de mata por motivos que desconocemos. Son los nuevos cachorros de la política, los jóvenes que conspiraban para derrotar a la vieja guardia del partido y ahora están arriba. El padre de Carles había sido boxeador (otro elemento habitual en las películas de cine negro) aunque fracasó y ahora está viejo y casi no se mueve.

Una misteriosa carta será el detonante de la discusión.

Una misteriosa carta será el detonante de la discusión. / DAVID RUANO

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Una carta explosiva y recuerdos cinéfilos

En el transcurso de esa charla, una carta (como al inicio de Los sobornados) desvelará sus actos y desatará la discusión entre ambos por sus posibles consecuencias. Más tarde se volverán a encontrar los hermanos y contarán las relaciones que mantienen ambos con sus respectivas parejas, así como Eduard le explicará la trama de M, el vampiro de Dusseldorf. La última aparición será la de una misteriosa mujer madura como una presencia fantasmal (una irreconocible y sorprendente Aurea Márquez), con su bastón y su bolso que se confesará ante el proyeccionista. Un inesperado epílogo, algo desconcertante, cerrará la obra.

Aurea Márquez está casi irreconocible en su personaje.

Aurea Márquez está casi irreconocible en su personaje. / DAVID RUANO

Es un drama con aires de intriga en el que hay que interpretar entre líneas lo que no se explicita mostrado con una ambientación nostálgica casi intemporal, más allá de los móviles. Habla de la dignidad de las personas y cómo, para mantenerla, a veces hay que tomar decisiones radicales. Destaca también por el paralelismo que se establece entre la trama de la película y la obra de teatro. Algunos se quedarán, sobre todo, con las diversas curiosidades relacionadas con el cine de antes: la anécdota del acomodador de un cine X, los fotogramas que se recortaban (como el montaje de besos del final de Cinema Paradiso), los accidentes que provocaban que se interrumpiera súbitamente la proyección o la imposibilidad de retroceder la película. Una serie de elementos asociados al cine analógico que han desaparecido con la llegada del digital, más perfecto y versátil pero menos mágico. A la salida, a los que tienen cierta edad les invade una sensación de haber vivido un tiempo que, por más que los cines sigan en funcionamiento, ya no volverá. Una reconversión inevitable por motivos económicos y logísticos, pero sin el encanto de antaño.

La obra repasa diversas anécdotas del cine del pasado.

La obra repasa diversas anécdotas del cine del pasado. / DAVID RUANO