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'Un lío de narices': el circo de los desastres

La Sala Cincómonos presenta a las payasas Lilina y Vero

lio final

lio final / CINCÓMONOS

Eduardo de Vicente

Eduardo de Vicente

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Los payasos forman parte de nuestra infancia, nos hicieron soñar, imaginar, pero, sobre todo, reír y es lógico que queramos transmitir esta experiencia a nuestros hijos. En las últimas décadas este arte, tradicionalmente masculino, se ha enriquecido con la aportación femenina que ha proporcionado nuevos alicientes a un género quizás algo anquilosado. Para comprobarlo podemos pasarnos cualquier domingo al mediodía por la íntima Sala Cincómonos donde representan la divertidísima Un lío de narices que, seguro, nos arrancará carcajadas a grandes y pequeños.

Nos recibe en la entrada la traviesa Lilina (Maria José Alguacil). Va vestida de forma extravagante con una peluca pelirroja, una falda lila, corbata y calcetines de colores mientras saluda a todos los espectadores y va lanzando desinfectante. Para empezar nos enseña a hacer una pequeña coreografía y nos advierte de que, cuando llegue su compañera Vero (Verónica Rocamora), le digamos que no la hemos visto. Los peques asienten, pero no todos le harán caso.

Los niños tienen una participación muy activa en el espectáculo.

Los niños tienen una participación muy activa en el espectáculo. / CINCÓMONOS

Los mejores artistas... ¿o no?

Vero es mucho más seria y se presenta con los acordes de Superdetective en Hollywood. Nos explica que vamos a ver un gran espectáculo de circo en el que han reunido a los mejores especialistas de cada disciplina para que los disfrutemos. Y empezaremos con un gran mago recién llegado de Los Angeles, Harry Popotter pero quien se presenta en su lugar es… Lilina. Juega con cartas o intenta transformar un trapo en un pollo, pero en todos los juegos siempre acaba viéndose el truco o siendo una chapuza. Un desastre, vamos, pero desternillante. Menos mal que Vero lo arregla un poco haciendo un número con un huevo invisible y la colaboración de un peque.

La payasa intenta hacer magia... con un pollo.

La payasa intenta hacer magia... con un pollo. / CINCÓMONOS

Bueno, un error lo puede tener cualquiera, seguro que con la siguiente actuación las cosas mejorarán y aparecerá el artista invitado. Se trata del equilibrista Alí que viene del Himalaya ¿o no? Lilina aparece vestida de boxeador mientras suena la banda sonora de Rocky y Vero nos demuestra lo bien que baila. La payasa llega con una cuerda y utiliza dos “mecanismos” para sujetarla, incluso una escalera para subirse con cómicos resultados. Queda claro que el funambulismo tampoco es lo suyo…

Lilina pretende hacer equilibrios sobre una cuerda con cómicos resultados.

Lilina pretende hacer equilibrios sobre una cuerda con cómicos resultados. / CINCÓMONOS

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Música, una domadora y un final sorpresa

A continuación debería actuar una orquesta pero a estas alturas ya no nos atrevemos a asegurar nada. La situación incómoda se resolverá con la ayuda de los peques. El número siguiente debería ser el de un domador y escuchamos los rugidos de un león. La fanfarria de la Fox nos prepara para lo que se nos viene encima, pero sabiendo que está por en medio Lilina ya intuimos que puede pasar cualquier cosa, hasta que acabe llorando a lo Charlie Rivel. Para acabar, Vero nos muestra una caja tapada que contiene una sorpresa, pero tiene que salir un momento y nos pide que intentemos que su compañera no la toque para que no arruine el final. ¿Alguien imagina lo que pasará?

Liliana se convierte en una insólita domadora.

Lilina se convierte en una insólita domadora. / CINCÓMONOS

Como epílogo nos demuestran que también son capaces de hacer magia de la buena y nos despiden con la optimista Sabor esperanza que acabamos bailando todos. Y, al final, los espectadores pueden fotografiarse con ellas. Ha sido una hora de total diversión desde que traspasamos la puerta de la entrada, en la que los niños se lo pasan pipa (y, reconozcámoslo, los adultos también). Ellos son una parte vital del espectáculo ya que sus réplicas son tan inesperadas como las de Lilina (con la que se identifican totalmente). Su espontaneidad aporta un plus al montaje y, además, pone a prueba la capacidad de improvisación de las dos actrices (que cumplen con nota en este apartado). Ni siquiera las mascarillas pueden evitar que sepamos que hemos pasado toda la función sonriendo de oreja a oreja… aunque nos hayan montado un lío de narices.

Al final, los niños pueden posar con las artistas.

Al final, los niños pueden posar con las artistas. / M. ALEJO