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'Bilderberg': los mecanismos de los poderosos
El Tantarantana estrena esta obra que pretende mostrar cómo funciona este club
Eduardo de Vicente
Periodista
En estos tiempos inciertos, como en cada época de crisis, aparecen todo tipo de teorías conspiratorias en su mayoría de escasa credibilidad. En este contexto no sería de extrañar que alguien apuntara la responsabilidad de la pandemia al hermético Club Bilderberg, que no es una fantasía, sino una realidad que, entre otros, el escritor y exespía Daniel Estulín ha desenmascarado en distintos libros. Para los no iniciados explicar que se trata de un foro mundial que se celebra anualmente, siempre en una ciudad distinta, y en el que se reúne un centenar selecto de las personas más poderosas del mundo. Entre ellos se encuentran políticos, reyes, empresarios, economistas o responsables de medios de comunicación. Muchos creen que en esa conferencia se decide el futuro mundial provocando todo tipo de cambios para llenar sus bolsillos y mantener su estatus privilegiado a costa de lo que sea necesario.
Semejante caldo de cultivo no podía quedar en segundo plano en estos paranoicos días y ha sido el tema que ha escogido Xavier Morató (autor, director y actor) para su nueva obra, que estrena estos días en la pequeña sala Àtic 22, del Teatre Tantarantana, Bilderberg. De hecho es un tema que le apasiona ya que en el 2012 hizo una pieza sobre este asunto en formato de microteatro. El escenario está formado por una barra de bar, el camarero ya está detrás durante la entrada del público, dos taburetes, tres sillas, una mesa y un equipo de sonido. Se trata de una sala privada de un hotel.
Los jóvenes cachorros del poder
Los primeros en entrar son Rob (Adrià Escudero) y Jerry (Joan Scufesis) que están de fiesta, bailan alterados y se ríen de las teorías de Rousseau y Kant sobre el hombre. Soy muy prepotentes y aseguran que todo el mundo tiene un precio. Le toman el pelo al barman y lo humillan. El ambiente se calma un poco con la llegada de Carol (Núria Florensa), que sustituye a su hermano que no ha podido acudir. Los dos primeros, más expertos en estas reuniones, le aseguran a la chica que nada pasa por casualidad y se lo demuestran mostrándole una carta, escrita hace unos años, en la que se describe de pies a cabeza la pandemia actual y hasta incluyen alguna referencia más reciente asegurando que el miedo siempre es el gran vencedor.
Poco después descubriremos que se trata de los cachorros de los poderosos, sus hijos que aspiran a mover en el futuro los hilos. De momento se encargan de un departamento menor, el de moda, y enumeran a Carol algunos de los logros conseguidos en las últimas décadas como que la gente se haga tatuajes o vista ropa chillona. Quieren mover a las personas como si fueran piezas de ajedrez y han descubierto que, por medio de las redes sociales, es más sencillo hacer que crean sus historias. Sus planes para el futuro son cada vez más disparatados, pero no tienen problemas para ponerlos en marcha.
¿Cómo funcionan sus grupos?
Le explican el funcionamiento de los diferentes grupos del Bilderberg, clasificados por unos sobres de colores. Los representantes senior tienen los de oro, plata y bronce, con ambiciosos planes globales, guerras y crisis económicas, pero ellos se deben conformar con uno rosa. Especulan sobre las ganas que tienen de que fallezcan sus padres para ocupar sus puestos y traman un plan para apoderarse de los sobres más valiosos para que sus ideas más arriesgadas puedan hacerse realidad.
Lo que ocurre a continuación es una serie de giros argumentales que van a poner a los personajes en máxima tensión. El camarero permanece durante largo tiempo sin hablar o casi, con la mirada en el suelo hasta que también adquiere un mayor protagonismo. Asegura que los chicos no tienen amigos ni empatía, les gusta provocar dolor por simple capricho y abusar de su posición. Seguirán escenas violentas, con una música desquiciada, debates sobre la posición cobarde de las clases obreras o sobre la crueldad de la naturaleza (“o comes o te comen”). Los poderosos están convencidos de que, pase lo que pase, siempre ganarán porque conocen el futuro, no porque sean adivinos sino porque lo han escrito ellos.
De la ironía a la violencia
Es una obra que empieza con detalles irónicos. Resulta difícil no esbozar una sonrisa ante la soberbia de esos niñatos malcriados que maltratan al resto del mundo como si nada. Pero el tono se va agriando cada vez más llegando a cotas de agresión verbal o física inimaginables que provocan la indignación del espectador. Obviamente, Morató no ha acudido como invitado a ninguna reunión del Bilderberg y ha querido imaginar cómo serían (incluso en las esferas más secundarias). Al menos nos ha querido hacer reflexionar sobre los mecanismos que tiene el poder para mantenernos sometidos con la intención de mostrar sus trucos de prestidigitación y que sepamos a qué atenernos. Y, sí, todo esto empezó porque un chino se comió un bicho raro, ¿no?
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