Alternativas aireadas a los gimnasios cerrados
Cuestas de enero: rutas empinadas para bajar los turrones en Barcelona
Dile 'ciao' a las lorzas navideñas y empieza el año respirando a fondo. Para bajar los turrones hay que subir cuestas, atravesar senderos y echar algún partidito en el parque
Albert Fernández
Tras una temporada sin respiro, nos merecemos tomar aire y gozar de espacios despejados para reiniciar el calendario. Tal vez solo con leer “enero” salte un resorte y te sobrevuele aquella vaga idea de ponerte en forma, concepto casi tan amorfo como los 'trichis' que a menudo asoman post-atracones navideños. Pero nah: esto no es una bíblia contra el michelín. No encontrarás aquí trazas de 'body shaming' o frases motivadoras para creyentes de Patry Jordán. Tan solo una sana invitación a estirar un poco las piernas y lanzarse a caminos, juegos y metas a campo abierto. O simplemente a gandulear al aire libre.
Quedar en el parque es el nuevo Tik Tok. Bueno, vale, no está tan de moda. Casi mejor, porque entre restricciones, toques de queda y horarios psicodélicos, las posibilidades de ocio movidito empiezan a reducirse a ver un vídeo de Dua Lipa en chándal. Aún si eres de esa especie de sedentarios relamidos que todavía se sacude migas de Doritos del confinamiento (mezcladas ahora con restos de polvorón), pasar unas horas respirando la brisa entre árboles te va a sanear pero bien. Puede que el cierre de gimnasios te afecte infinitamente menos que las escaramuzas para conseguir una Play5, pero si echas el día entre canastas, porterías y mesas de pimpón, algo de ejercicio distraído harás.
Uno de los mejores sábados recientes lo pasé rotando en un cíclico torneo de tenis de mesa en los encantadores Jardines del Baix Guinardó. Las palas, los botes y las risas se intercambiaron en un bucle infinito, entre paseos alrededor del estanque y saludos a perretes. Si pasas por el Parc del Clot, verás que allí se podría rodar fácilmente un reboot de El Príncipe de Bel Air: los chavales se gastan unos 'outfits' totales mientras se entregan a estiramientos, perreos y reñidos partidos de basket. Por suerte, opciones de parques diáfanos y equipados no faltan: Joan Miró, Glòries, … Solo hay que elegir.
Mientras pasas el día en el parque no solo meneas un poco el ano sin siquiera proponértelo; también puedes inventar nuevos deportes, como el control de esfínteres, imprescindible después de horas de refrescos en el banco. Prueba también el apego al ego, práctica heroica para cuando esa colega de tu colega lleva tres partidas dejándote sin puntuar y llevas el pantalón lleno de tierra de los resbalones que has dado.
Enclaves empinados
Me llamarás loco, pero yo veo la formulación clarísima: si subes cuestas, bajas turrones. En una ciudad que orográficamente es un descenso de la montaña al mar es fácil dar con enclaves empinados donde escuchar tus jadeos bajo la mascarilla. Yo me ato los cordones con gusto para ascender, por ejemplo, por la encantadora calle Sant Camil, desde la altura de la Escola La Farigola de Vallcarca. La soñadora sensación de girar su primera curva entre sonidos de patio, y proseguir la subida junto a una sinuosa muralla de piedra, más las posibilidades de desvío por el pasaje de Isabel o en los adentros de los breves Jardines de Maria Baldó, abrigan el alma al más distraído.
Vallcarca es un verdadero laberinto de rampas, pero si prefieres pendientes suaves y con historia, nada como remontar avenida del Tibidabo desde la plaza Kennedy admirando sus casas burguesas de épocas señoriales. Tampoco descartemos la escalada a los búnkers del Turó de la Rovira. Es cierto que este mirador es ahora más que obvio y popular. Pero conquistar esa cima y gobernar las vistas de la ciudad sigue siendo fabuloso. Especialmente si aciertas a ir en un día o a unas horas menos masificadas. Es posible, te lo aseguro. Pero si te aventuras al monte del Carmel, mi verdadera recomendación se encuentra justo antes de llegar a las panorámicas ruinas de la guerra civil. Consiste en disfrutar de la tenue cuesta de Marià Labèrnia. Contemplar sus casas bajas, asomarse a sus afluentes de callejones y escalinatas y respirar el reinante olor a leña, trae un asombroso regocijo de invierno.
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