Excursiones rurales de ciudad

Escápate al pueblo sin salir de Barcelona durante esta Semana Santa

Hay refugios rústicos a tiro de metro. Bares y bodegas con genes rurales: trato familiar, platos de la tierra y tragos auténticos

Cal Marino

Cal Marino / Martí Fradera

Albert Fernández

Albert Fernández

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Si esta Semana Santa aun no tienes planes o si toca quedarte en Barcelona, planteamos una excursión por bodegas que evoquen las visitas al pueblo. Un paseo como los que dábamos con los abuelos, entre callejuelas, árboles y plazas, hasta acomodarnos en alguna sencilla mesa. 

1. Bar Roure

Sobremesas perennes

7 bares con genes rurales en medio de Barcelona

Los de Bar Roure son unos ventanales míticos. Ojo, suele estar lleno.   / Instagram

Acercarse a la esquina por donde asoman los ventanales del Bar Roure (Luis Antúnez, 7) procura un regocijo especial: sabes que vas a estar de fábula en cuanto atravieses la placita y consigas mesa en su amplio salón. Ojo, porque suele estar lleno, y el aforo reducido aprieta. El Roure es un bar adusto, sin grandes florituras más allá de su barra de tablones curvilíneos. De hecho, el aspecto algo desguarnecido le da verdadero aspecto de bar auténtico: de pueblo. El detalle lo ponen sus encantadores camareros, que te saludan con ojos sonrientes a medio desfile de cañas, vinitos, calamares, esqueixada o la nueva delicatessen, berenjena frita con queso de cabra y miel. Ojo a los bocatas y su menú, que cosecha incontables fieles. Pasan los años y allí sigue el Roure, tan robusto como siempre.

A tiro de piedra. Por uno de los afluentes de la placeta de Sant Miquel se llega al Bar Bodega Quimet (Vic, 23). Cruzando Gran de Gràcia, das con viejas glorias como Bar La Violeta (Sant Joaquim, 12) y Casa Pagès (Llibertat, 19).


2. La Moderna Bodega

Embrujo centenario

La Moderna Bodega: un siglo sirviendo vermuts y aperitivos.

La Moderna Bodega: un siglo sirviendo vermuts y aperitivos. / Martí Fradera

Es ver el estilizado rótulo de La Moderna (Enric Granados, 110) sobre ese fondo de madera granate, enmarcado en sinuosas molduras de piedra, y algo se prende en el pecho. En el vidrio sobre la puerta todavía puede leerse el antiguo nombre del local, Bodega Esplugas. Una vez dentro, el flechazo se vuelve amor verdadero: te embobas contemplando la fila de barriles y las espléndidas baldosas modernistas. Esta encantadora bodega lleva un siglo hechizando al barrio a base de vermuts y aperitivos que van de conservas a tablas de quesos, ibéricos y curados catalanes. Tampoco cuesta emplatarse en su terraza o dentro con delicias como los tradicionales callos de la señora Maria. La propietaria, Carmen, y las afables camareras Majo y Berta, se encargan de que este lugar histórico mantenga su esencia de trato cercano y familiar, adaptado a nuestros tiempos. Por eso el romance es eterno.

A tiro de piedra. Sin caminar apenas, podemos dar con un par de sitios con solera: Restaurante Ponsa (Enric Granados, 89) y Restaurant Jockey (París, 205). 


3. Bodega La Palma

Se lleva la ídem

Local emblemático del Gòtic: Bodega La Palma. Se remonta a 1909. 

Local emblemático del Gòtic: Bodega La Palma. Se remonta a 1909.  / Martí Fradrera

Cuando te aventuras por el laberinto de Ciutat Vella, es una suerte desembocar en la callecita que acoge Bodega La Palma (Palma de Sant Just, 7). Como La Moderna, este es otro local emblemático, patrimonio inalterable de la ciudad. Con la misma naturalidad con que se cuentan historias con nombres propios en los pueblos, Albert y Judith se remontan a 1909, primer registro de actividad. Pasó a manos de la señora María en 1946 y su hija Carmen lo llevó desde 1981 hasta traspasarlo a sus actuales dueños en el 2005. Ahora los tonos de madera de su interior contrastan con la luz pálida que cae sobre las mesitas de fuera, y resplandecen las posibilidades de homenaje sobre el mantel: desayunos de tenedor más tapas formidables, con hits como los guisantes con butifarra esparracada, el bacalao o las croquetas. Todo bañado por sus tiradores de cerveza y vermut casero, o un vino selecto. Aquí todo es mimo.

A tiro de piedra. Poniendo un pie tras otro entre meandros góticos, acertarás si llegas a El Andorra (Sant Pere Més Alt, 74) o al Bar del Pi (plaza de Sant Josep Oriol, 1).


4. Bodega El Sidral

Lejos del ruido

Dos grandes barricas presiden el tapeo vintage en El Sidral.  

Dos grandes barricas presiden el tapeo vintage en El Sidral.   / Martí Fradera

Huir de la vorágine de Glòries para adentrarse en la calidez de El Sidral (Dos de Maig, 213) es una bendición. La antigua Bodega Vilaseca procura cobijo del ruido en un pequeño local donde lo rústico se combina con la finura: dos grandes barricas presiden un escenario de lámparas tenues y muebles 'vintage'. Desde hace 4 años, Núria se esmera en repartir ambiente de barrio, familiar e intergeneracional. La parroquia le devuelve tanta pasión ayudándola a montar las mesas de su terraza, y dando buena cuenta de su vermut de Reus, las anchoas y ese glorioso salmón ahumado con salsa de eneldo. Dicen que si no pruebas su tortilla, te pueden tomar por el tonto del pueblo. 

A tiro de piedra. Podemos seguir la ronda en el glorioso Bar Bodega Carol (Aragó, 558) y tomar un Priorat a gusto en Bodega Marcel (València, 584).


5. Bar Ramón

El blues de la albóndiga

Cual aldea de Astérix, Bar Ramón (Comte Borrell, 81) resiste irreductible al invasor hípster en ese imperio del moderneo que es hoy en día Sant Antoni. Yolanda y David heredaron el bar del abuelo Ramón, y de aquellos tiempos mantienen las recetas de bacalao de la abuela, el filete con fuá o esas almejas que tanto adora el escritor Carlos Zanón. Porque esa es otra: además de la simpatía bulliciosa que ponen Yolanda y David, el lugar es un alucinante templo pop, cargado de ítems y retratos de héroes de jazz y blues, desde el último palmo de pared hasta el mantel en tu mesa. Pocos garitos nos quedan así de míticos. Con las restricciones no hay cenas, por el momento abren viernes, sábado y domingo de 13 a 17 h. Por cierto, entre los fieles se cuenta nuestro querido Miqui Otero: el Bar Ramón hace un cameo en su novela, 'Simón'

A tiro de piedra. Honremos a los clásicos: La Bodega d’en Rafel (Manso, 52) y Bodega Armando (Bisbe Laguarda, 3).


6. Celler Cal Marino

La bodega de guardia

Eduard atiende a una clienta en la barra de Cal Marino.

Eduard atiende a una clienta en la barra de Cal Marino. / Martí Fradera

Cal Marino (Margarit, 54) es de esos sitios donde te avisan con cariño para que no te quemes con las croquetas recién hechas. Las paredes de piedra, los botelleros infinitos, esa puerta hecha de cajas de vino, más la disposición errática de sus mesas-barril le hacen ganarse el título de bar excéntrico de la comarca. Ni los límites de aforo impiden que este sensacional garito de Poble Sec aparezca siempre animado. Más ahora que luce terraza frente a su abrigada entrada. Dentro suena la radio con 'hits' de radio fórmula, mientras Eduard y su camarera no pierden el ritmo cortando embutidos o sirviendo algún vinito predilecto con una berenjena al miso y otra delicias que no se pueden contar. Hay que probarlas.

A tiro de piedra. Apostamos por la barra del cercano Bar Prada (Salvà, 18), y ojo a Bar Bodega Montse (Arc de Sant Agustí, 5).


7. Bar Bodega Cal Pep

De toda la vida

Cuando entras en Cal Pep (Verdi, 141), todo se vuelve sencillo. En este clásico de Gràcia reina el buen humor de Rafa, que heredó el bar del señor Pep que da nombre al local, y que estos días está ya pensando en jubilarse. Por la mañana aquello es un fresco de señores inclinados sobre sus periódicos, embebidos en un rumor de conversaciones remotas y sonidos de la calle. Por las tardes la cosa se anima con grupos de chavales que dan buena fe de unos cuantos quintos con sus tapitas, sin reparar siquiera en las paredes repletas de pósters cinéfilos y un desfile de porrones. A cualquier hora, puedes perderte en recuerdos del pueblo entre el repiqueteo de puertas de nevera, botellines alegres y platillos alucinantes. 

A tiro de piedra. Aires retro y auténticos los que se respiran en Casa López (Topazi, 11). Si remontamos hasta Vallcarca, damos con la muy punk Bodega La Riera (avenida de Vallcarca, 81). 

Pep Manubens, el dueño de Cal Pep, y su hijo Jordi, en el restaurante.

Pep Manubens, el dueño de Cal Pep, y su hijo Jordi, en el restaurante. / El Periódico