Iconos pop

La Barcelona retro

Recorremos locales, edificios y detalles de los años 60, 70 y 80 en busca de auténticos monolitos retro

La fotógrafa Karin Leiz, inmortalizada por Leopoldo Pomés, en la mítica tortillería Flash Flash.

La fotógrafa Karin Leiz, inmortalizada por Leopoldo Pomés, en la mítica tortillería Flash Flash. / periodico

Albert Fernández

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Olvidemos por un momento el permanente hechizo que proyecta el modernismo sobre nuestra ciudad. Resulta del todo innegable el encanto de aquella renovación artística de finales del siglo XIX, donde la inspiración naturalista y las líneas curvas cobraban forma a partir de elementos propios de la revolución industrial como el acero y el cristal. Pero hay otras edades de la ciudad, como aquella confluencia de estilos artísticos y fenómenos sociopolíticos entre los años 60 y 80, que provocaron explosiones estilísticas más abruptas, pero igual de rompedoras en su contexto histórico, y sorprendentes a los ojos actuales. Buscamos el romanticismo de la Barcelona retro en un recorrido por locales imaginativos, edificios distorsionadores,  portales de antes, y rótulos que señalan un fabuloso retorno al pasado.    

1. Locales de fantasía

Es entrar y ponerte a hacer fotos. Lugares como la mítica <strong>tortillería Flash Flash</strong> (Granada del Penedès, 25), ese templo del arte pop sesentero, se han convertido en símbolos de otra época que resultan simplemente arrebatadores. Este local de paredes blancas, desde donde nos enfocan las gigantes imágenes en negro de la fotógrafa Karin Leiz inmortalizada por Leopoldo Pomés, sigue causando una fascinación realmente genuina, 50 años después de su apertura.

Justo frente a las ventanas redondeadas de Flash Flash sigue ahí el restaurante italiano <strong>Il Giardinetto</strong>(Granada del Penedès, 28), nacido también en los años 70 a raíz del éxito de la tortillería. El diseño corrió  igualmente a cargo de los arquitectos Alfonso Milá y Federico Correa bajo la supervisión de Leopoldo Pomés. Antológico punto de encuentro del barcelonés con buen gusto, este local seduce de primeras por su interiorismo cálido, la iluminación relajada y ese impresionante jardín inspirado en los castaños del sur de Francia, más añadidos posteriores tan acertados como esa barra a pie de calle y las instalaciones que ofrece su pequeño escaparate situado en la fachada, a cargo de artistas, diseñadores, interioristas y arquitectos. 

De hecho, toda esa área cercana a la Diagonal entre las calles de Muntaner y Aribau constituye un archipiélago retro de obligada rutilla. Situado en una calle peatonal en plena zona de negocios y discotecas, <strong>D GAS BAR</strong> (Bon Pastor, 6), el restaurante de la popular sala Luz de Gas, todavía conserva parte del encanto 'fashion' de otros tiempos, especialmente en la reja metálica que cubre su luna. Cerca de allí, frente al también emblemático Hotel Hesperia, el Café Berlín (Muntaner, 240) sigue ofreciendo buen ambiente con aires nostálgicos. 

Evocación setentera

Más arriba, encontramos otro tipo de locales que nos traen estelas retro, como Galerías del Tresillo (Muntaner, 300), que habita donde en otro tiempo se ubicaba la tienda de instrumentos Adagio y mantiene intactos sus escaparates de bordes plateados y esquinas redondeadas, evocación setentera absoluta. 

A un minuto nos encontramos la imponente morfología déco de la Clínica Barraquer (Muntaner, 314), o el coqueto cartel 'oldie' de la óptica Cottet (Muntaner, 277). Tampoco olvidemos el clásico Bar Velódromo (Muntaner, 213), justo debajo de la Diagonal, que conserva de los años 80 su barra principal de formica y acero, con esa entrada de grandes ventanales. Otra barra memorable es la del restaurante Can Soteras (paseo de Sant Joan, 97), frecuentado por su especialidad en caracoles y su decoración clasicista. 

Si buscas un sitio exclusivo y abiertamente 'vintage', nada como preparar una cita en Ginger (Palma de Sant Just, 1). Esta coctelería escondida en lo profundo del Gòtic rescata ambientes de los años 50 y 60. La peculiar disposición de sus pequeños salones, la acertada luz del local y su embriagadora decoración resultan imbatibles para acomodarse en sus añejas butacas y plantear largas conversaciones con tu conquista. 

También podrás sentirte cual elegante protagonista de 'Mad men' en coctelerías como Tandem Cocktail Bar (Aribau, 86), que nos saluda con una fabulosa ilustración desde su entrada para retrotraernos varias décadas atrás con su barra y refinadas mesas. Qué decir de ese caballo siempre ganador que es la clásica Boadas (Tallers, 1), o ese otro sitio especial hasta decir basta, San Trop (Comte d’Urgell, 90), una reliquia de local que en otro tiempo fue club de alterne. Con una decoración fabulosamente anticuada, todavía conserva la encantadora decadencia de los viejos días.

Podríamos seguir acumulando nombres de bares, coctelerías y pubs retro, e incluso bingos como <strong>Bingo Passeig de Gràcia</strong> (Còrsega, 335) o salas de baile viejunas como el Imperator (Còrsega, 327), ideales para pegarse un viaje ácido por la retro-autopista de la conciencia, tipo 'Miedo y asco en Las Vegas'. 

Pero hay un fenómeno de los años 70 que merece un aparte: el extraño caso de los bares polinesios. El exotismo y la imaginería disparatada que provocó la fuerte irrupción de la coctelería tiki a principios de los 70 en nuestra ciudad creó una fiebre que en aquella época abrió más de media docena de este tipo de locales. Hoy en día todavía podemos visitar el pintoresco Aloha (Provença, 159), una suerte de cabaña de bambú presidida por un rótulo gigante y vistoso, decorada con arte y símbolos de la mitología polinesia, donde se va a probar algún cóctel hawaiano. Todo un festival.

2. Fachadas expresivas

Hay quien vive sus días cegado por pantallazos del futuro y quien simplemente suspira clavando su mirada en las aceras del ahora inmediato. Pero si alzamos la cabeza paseando por ciertas calles, contemplaremos edificios y fachadas que nos devuelven a tramos asombrosos del ayer. Fíjate por ejemplo en esas escotillas espaciales que afloran del edificio de apartamentos en el 384 de la calle de València.

El arquitecto Mario Catalán ideó allá por 1974 estas fabulosas ventanas redondeadas, una especie de cilindros incrustados sobre un plano rectangular que sobresalen de la oscura fachada, ofreciendo una estampa retrofuturista que aviva imágenes de viejos filmes y cómics de ciencia ficción. Por esos balcones fantásticos podría asomar en cualquier momento uno de los protagonistas de las viñetas de 'Los náufragos del tiempo', la vieja serie de Jean-Claude Forest y Paul Gillon. 

Otro edificio digno de una 'space opera' es el edificio de oficinas Maria Claret (Sant Antoni Maria Claret, 112), una especie de caja torácica de formas sinuosas con baldosas azul cobalto, también creado por Mario Catalán en 1975.  Sus balcones ovalados destacan sobre el sencillo paisaje de la calle, como aperturas a la psicodelia galáctica.

Existen otras renovaciones más recientes que llevan a pensar en los delirios experimentales de hace cinco décadas, como es el caso de la vanguardista fachada de los apartamentos de lujo en el número 83 del paseo de Gràcia. Cubriendo el que se conociera como Edificio Europa, el japonés Toyo Ito diseñó una cubierta de hipnóticas formas onduladas, a medio camino entre el moderno homenaje a Gaudí y aquellas formas orgánicas de Mario Catalán.

Las distorsiones derivadas del brutalismo, ese estilo arquitectónico inspirado en la obra del arquitecto suizo Le Corbusier (especialmente en su edificio Unité d’Habitation) donde el hormigón cobraba inusitada expresividad, se extendieron por Barcelona, así como por otras tantas ciudades europeas, entre los años 50 y 70. Contempla la radicalidad visual del edificio de viviendas de la avenida Meridiana, 312. Creado por Oriol Bohigas, Josep Martorell y David MacKay entre 1959 y 1966, este enorme armazón fractal en forma de bloque rectangular, que divide cada uno de sus 121 apartamentos a partir de distribuciones irregulares de ventanas y galerías, tiene una clara intención rupturista.

Una pauta geométrica discordante en respuesta a la agresividad de la avenida Meridiana, y todo un experimento urbanístico que todavía hoy resulta reto visual y fuente de discusión. La imponente presencia del edificio de la avenida de Sarrià, 130-152, con esas rítmicas terrazas ideadas por Francesc Mitjans a finales de los 50, también merece un rato de contemplación. 

El ciberpunk de 'Blade runner'

Curiosamente, el mundo universitario ofrece formas académicas de brutalismo, como esos encantadores módulos geométricos de la Facultad de Ciències Econòmiques (Diagonal, 690), construida entre 1964 y 1967 a partir de los planos de Pedro López, Xavier Subias y Guillermo Giráldez. Revestimientos con aquellos sesenteros azulejos marrones, vigas a la vista, grandes paneles y el sobrecogedor hormigón dominando el conjunto. 

Otras debilidades: los solapamientos de formas diversas en tocho marrón de la Facultad de Biologia (Diagonal, 643), que de noche nos trasladan a los abigarrados ambientes ciberpunk de 'Blade runner', o la colmena geométrica del recientemente cerrado Palau Balañà (paseo de Sant Antoni, 43). Lagrimita. Sigue mirando hacia arriba, seguro que encuentras más llamativas estructuras de aquella vieja modernidad.

3. Portales, rótulos y flases del pasados

Si vistos a pie de calle, los vestigios de otros tiempos pueden dejarnos la mandíbula batiente, adentrarse en algunos vestíbulos y salas que conservan su decoración retro supone una desdoblamiento en el tiempo sensacional. Esos portales de baldosas chillonas de antes nos devuelven la mirada luminosa de las épocas en que se cuidaban los detalles y se buscaba dar una entrada acogedora y creativa a cada edificio. Entre nuestros favoritísimos está sin duda el recibidor de la calle de Marià Cubí, 7, una suerte de reducto-Kubrick con una mesa curvilínea y detalles a conjunto en rojo, más una mesa baja y maciza y una pared en baldosas negras que nos hacen volar la cabeza. Suerte que no hay moqueta, o nos veríamos en el hotel de 'El resplandor'. 

Otro recibidor que no olvidas una vez lo visitas es el del edificio de Moragas y Francesc de Riba (Via Augusta, 128). Ese vestíbulo con cerámica vidriada, mosaicos que son pura hipnosis setentera, más buzones de madera enamora al más distraído. 

El místico adorno mural del recibidor del ya de por sí peculiar edificio de oficinas de Aribau, 185 me dejaba obnubilado de pequeño. Claro que ayudaba saber que en aquellos tiempos esa oscura estructura creada por Josep Puig Torné y J. M. Esquius era la sede de los añorados Cómics Fórum.

Un pasado inspirado

La aventura gráfica que representa aguzar la mirada en nuestros paseos por la ciudad en busca de rótulos de otros tiempos también resulta fascinante. Cada vez cuesta más encontrar aquellos viejos luminosos de locales como el BB+ (Rosselló, 164) o algunos viejos 'sex shops'. Aunque seguro que todo el mundo tiene presente el poderío de las letras del Bagdad (Nou de la Rambla, 103).

También despiertan un cariño especial grafismos como el de Ferreteria Llanza (paseo de Sant Joan, 61) o ese colorido cartel del asador ochentero Los Años Locos (Marià Cubí, 85), entre otros. No es de extrañar que, resistiéndose a perder otro atisbo de un pasado inspirado, un vecino robara recientemente las letras del viejo rótulo de <strong>Granja Vendrell</strong> (Girona, 59). Después, tal vez aliviado cuando se anunció que no pensaban retirarlas de la fachada, las devolvió en el anonimato. En realidad, era un salvador. Porque poco a poco, los detalles de la Barcelona retro se pierden en el tiempo, con los últimos chisporroteos de un gastado neón.