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Porrón, el bar que nadie quiere perderse en Washington
Los locales efímeros son el último secreto a voces en la capital estadounidense
Ricardo Mir de Francia
Periodista
Especialista en política internacional y reportero. Fue corresponsal en Washington durante una década, donde cubrió las presidencias de Obama, Trump y los inicios de Biden. Antes estuvo otros seis años en Oriente Medio. Licenciado en Periodismo por la Pompeu Fabra y con estudios de posgrado en Derecho Internacional, se ocupa actualmente de la guerra en Ucrania. Interesado también en temas de investigación, geopolítica de la energía, cambio climático y economía.
Ricardo Mir de Francia
La sensación del pasado verano, a tenor de sus colas épicas, duró dos meses y una semana. Tuvo su trono de hierro, banderas de los siete reinos y una cabeza de dragón lista para achicharrarle los sesos a los clientes pasados de vueltas. Servía cócteles a 15 dólares, con nombres como El Norte no olvida o Vergüenza, en honor a esa escena en la que Cersei Lannister desfila desnuda y penitente ante una turba enfurecida. Claro está, se llamó Juego de Tronos y, aunque duró tanto como la esperanza de vida de un mosquito, sirvió para espolear la reputación de los 'pop-up' (bares y restaurantes efímeros). En la capital estadounidense son el último secreto a voces y han llegado aparentemente para quedarse.
Algunos sitúan su origen en los años 60, cuando nacieron como clubs gastronómicos que celebraban sus veladas en los lugares más insospechados, como viejos almacenes industriales. En Washington, muchos son temáticos. Hubo un bar ruso que, con malicia y sentido del humor, se consagró a Donald Trump y su relación con el Kremlin. Hubo otros dedicados a la Navidad, al cómico Will Ferrell o a Seinfield.
PORRÓN, UN LOCAL SIN VENTANAS QUE SIMULA UNA TERRAZA
El nombre del momento es el Halloween Bar, que además de criptas, bosques encantados y una sala de muñecas aterradoras, tiene un espacio consagrado a David Bowie. El chef barcelonés Àlex Vallcorba abrió este verano Porrón, dedicado a ese invento tan español para compartir el vino. Alquiló un local por seis meses en el sureste de la ciudad y lo vistió como si fuera una terraza al aire libre: césped artificial, bombillas de colores y mesas de madera. Todo en un bar cerrado y sin ventanas.
"Encontramos un local barato y pensamos que nos permitiría evaluar el mercado en este barrio y promocionar el concepto del porrón y el de Antxo". Vallcorba se refiere a la sidrería, especializada en pintxos, que regenta en el barrio de Shaw. Antes de ponerla en marcha ensayó en otro 'pop-up'. Durante dos semanas, alquiló un restaurante y puso a prueba su menú cocinando para 30 personas. Funcionó. "Los 'pop-up' no implican demasiado riesgo porque la inversión suele ser mínima y las ganancias, inmediatas".
DOS TIPOS
Hay dos tipos de 'pop-up'. Algunos son restaurantes tradicionales que durante unos días invitan a un chef para promocionar su cocina y otros son locales diseñados para la ocasión que abren solo unos meses.
"En realidad es una estrategia de márketing para dar a conocer a los chefs. Al tener fecha de caducidad, generan expectación y se venden por el boca a boca", asegura Diego Conde, camarero de Porrón, que desaparecerá a final de año. Solo quedarán algunos artículos de prensa y un montón de recuerdos para sus efímeros clientes.
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