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Haz meditación en el MoMA
El MoMA neoyorquino ya tiene un antídoto contra las masas: las 'Quiet Mornings'. Mañanas tranquilas. A las 7.30, se puede recorrer parte del museo casi solo y terminar meditando en el lobi
Idoya Noain
Corresponsal en EEUU
Corresponsal en Estados Unidos desde 2001.
Idoya Noain
Dada la hora, uno podría pensar que sigue en un sueño. Porque hay algo onírico en estar sentado, solo, en una sala ante el majestuoso tríptico de nenúfares de Claude Monet, o en otra ante 'Las señoritas de Avignon', de Picasso. Y parece una quimera recorrer con un puñado de personas la fabulosa retrospectiva de Francis Picabia, evitando la pesadilla de las masas que se ha hecho tan horriblemente habitual en los museos, especialmente en sus exposiciones estrella. Pero en el <strong>Museo de Arte Moderno </strong>de Nueva York no hay que pellizcarse para darse cuenta de que esta fantasía es real. Solo hay que madrugar.
Tras una exitosa prueba realizada en octubre, el MoMA ha institucionalizado un programa bautizado como '<strong>Quiet Mornings</strong>', mañanas tranquilas. El primer miércoles de cada mes, a las 7.30 horas, dos horas antes de que las puertas se abran para los miembros con acceso VIP y tres de que lo hagan para el público general, se da la oportunidad de visitar durante hora y media partes del museo (en la edición del 4 de enero eran las plantas 4, 5 y la exposición de Picabia, en la 6). Se paga un precio reducido (12 dólares, en lugar de los 25 habituales, que además permiten regresar en horario normal). Y, si se quiere, la última media hora se puede meditar en una sesión guiada en el lobi Agnes Gund, separado solo por una enorme cristalera del jardín de esculturas Abby Aldrich Rockefeller.
«MIRAR LENTAMENTE»
Conviene seguir los consejos que se leen en la tarjeta verde que se reparte a la entrada: «Mirar lentamente, limpiar la cabeza, silenciar los teléfonos e inspirarse». Y disfrutar como lo hacía en la sala de los 'monets' Lyn Croyle, una tejana que lleva 12 años viviendo en Nueva York y que se resiste a ir a una pinacoteca que anualmente visitan unos tres millones de personas, pese a que sea una de sus favoritas, por su fobia a las masas («una locura, lo sé, para alguien que vive en esta ciudad»). «Esto es fascinante», reflexionaba. «Es una oportunidad de ser más consciente del arte. Ojalá más museos lo hicieran».
Por la iniciativa hay que darle las gracias al MoMA, un museo que, según ha dicho su directora de eventos especiales, Margaret Lyko, «tiene una larga historia de actos dirigidos a ayudar a los ocupados neoyorquinos a desacelerar». Pero también a Sascha Lewis, uno de los fundadores de la web cultural <strong>Flavorpill</strong>, que ha colaborado con el museo para hacer no un sueño sino una realidad estas mañanas tranquilas. Son, según sus propias palabras, «la perfecta versión en el mundo real de la intersección entre desarrollo personal y cultura». Ommmm.
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