estoy en WASHINGTON
Una habitación con vistas a la historia
El Hotel Watergate reabre casi una década después evocando lo mejor y lo peor de su pasado. El hilo musical del baño es la voz de Nixon
Ricardo Mir de Francia
Periodista
Especialista en política internacional y reportero. Fue corresponsal en Washington durante una década, donde cubrió las presidencias de Obama, Trump y los inicios de Biden. Antes estuvo otros seis años en Oriente Medio. Licenciado en Periodismo por la Pompeu Fabra y con estudios de posgrado en Derecho Internacional, se ocupa actualmente de la guerra en Ucrania. Interesado también en temas de investigación, geopolítica de la energía, cambio climático y economía.
Ricardo Mir de Francia
Su nombre está asociado al mayor escándalo político de la historia moderna de EEUU, pero también es parte de la mística del periodismo, así como uno de los hitos urbanísticos más atrevidos de una ciudad poco dada a los malabarismos estéticos. Cualquiera de esos elementos, en manos de un buen estratega de la mercadotecnia, bastaría para convertirlo en un producto de éxito, pero la historia ha sido caprichosa con el Hotel Watergate. Después de nueve años cerrado, el hotel ha reabierto sus puertas en Washington con la pretensión de hacer caja con su pasado. «No hace falta que fuerces la puerta», se lee en las llaves magnéticas de las habitaciones. Un aviso que les hubiera venido bien a los 'fontaneros' de Nixon.
Ironías de la historia, el Watergate reabrió solo unos meses antes de que tome posesión el más 'nixoniano' de los últimos presidentes, cuyo hotel en la capital competirá en el mismo segmento del mercado. Ambos son establecimientos de lujo, pero si el de Donald Trump apuesta por los mármoles y el oro versallesco de los nuevos ricos, el Watergate tiene un estilo 'retro' que evoca los días en que Elizabeth Taylor o Nancy Reagan poblaban sus habitaciones. Columnas plateadas y sofás ondulantes cartografían el 'lobby'. Al lado está el bar, bautizado como The Next Whiskey Bar, un guiño a un tema de The Doors.
Abierto en 1967, el hotel original fue diseñado por Luigi Moretti, que se inspiró en las velas de los barcos que pasaban por el río vecino Potomac para darle sus formas ondulantes. Pero no fue hasta el 17 de junio de 1972 cuando se hizo famoso. Aquel día, cinco individuos vinculados a la campaña de reelección de Nixon fueron detenidos cuando trataban de colocar micrófonos en la sede del Comité Nacional Demócrata, situada entonces en el edificio adyacente. Poco antes, se habían instalado en las habitaciones 214 y 314 del hotel y cenado langosta en el restaurante. Ambas estancias han sido remozadas, como el resto del hotel, que exuda modernidad 'retro', pero sus gestores han jugado a recrear con sentido cómico los ecos del escándalo que acabó con la presidencia de Nixon. Es su voz la que se escucha de fondo en los baños o al esperar a que cojan la llamada en recepción. En los bolis de las habitaciones se lee: «Yo robé este bolígrafo en el Watergate Hotel».
LUGAR DE PEREGRINAJE
Tras el escándalo, el establecimiento se convirtió en un lugar de peregrinación para celebridades y curiosos, pero con los años fue perdiendo lustre. Los penúltimos propietarios trataron de convertirlo en apartamentos hasta que se arruinaron con la burbuja inmobiliaria. Fue entonces cuando Jacques y Rakel Cohen, los dueños de Euro Capital Properties, olieron la oportunidad. Compraron el edificio por 45 millones de dólares en una subasta hipotecaria en el 2010 e invirtieron 125 millones más en renovarlo. No hace falta tanto dinero para pasar allí una noche. Las habitaciones oscilan entre los 350 y los 10.000 dólares de la 'suite' presidencial. En la recepción nos han prometido que no hay micros ocultos bajo las mesillas.
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