teatro
'Només la fi del món': la distancia no es el olvido
Oriol Broggi recupera una obra del francés Jean-Luc Lagarce sobre un entorno familiar marcado por la incomunicación y los reproches al 'hijo pródigo' que vuelve a casa
José Carlos Sorribes
Periodista
José Carlos Sorribes
Después de una larga ausencia -12 años nada menos- Louis vuelve a su casa para anunciar una mala noticia: está en la fase terminal de su enfermedad. Es un escritor conocido y regresa a su pueblo donde le esperan sin excesivo entusiasmo su madre, su hermana pequeña, su hermano menor y la mujer de este. Esa vuelta no es la del hijo pródigo, precisamente, porque abre una carpeta de reproches pendientes, propios de un universo que fue feliz hace muchos años y que hoy sobrevive a marchas forzadas.
Bajo ese tronco argumental se mueve 'Només la fi del món', la obra del dramaturgo francés Jean-Luc Lagarce que ha recuperado Oriol Broggi con su compañía <strong>La Perla29</strong> en la <strong>Biblioteca de Catalunya</strong>. La pieza fue escrita en 1990, cinco años antes de que su autor muriera de sida a los 38 años. No tenía entonces -como suele ocurrir con la desaparición prematura de tantos artistas- el relieve que adquirió su teatro tras su muerte. La obra de tintes autobiográficos ha sido traducida a 15 idiomas y tuvo también una versión cinematográfica de Xavier Dolan, premiada en Cannes.
En el Grec del 2003
Han pasado 17 años desde que Roberto Romei la estrenó en el Grec del 2003 en el 'Tantarantana'. Tiempo suficiente para que Broggi haya puesto su mirada en un texto de caudal poético y trágico. Una obra en la que sus protagonistas hablan mucho pero nunca acaban de entenderse. Esos 12 años no han servido ni para cerrar heridas, ni para tender puentes. Todo lo contrario. Poco ayuda, es cierto, que aparezcas un día por la que fue tu casa y no conozcas ni a tus sobrinos ni a tu cuñada, Catherine (Màrcia Cisteró).
A Louis (David Vert) le piden explicaciones sus hermanos. Le cuesta mucho dar con la tecla para complacerles y cae en una melancolía de rotunda tristeza. Además, como le dice en uno de los diálogos Antoine (Sergi Torrecilla), «aquí nunca se dice nada fácilmente». El reencuentro con su madre (Muntsa Alcañiz) tampoco será excesivamente cálido.
Esos soterrados rencores que resurgen con la aparición del protagonista llegan mediante una puesta en escena contenida en exceso. Broggi lo fía todo a la fuerza incuestionable de las palabras de Lagarce, pero su austera versión es demasiado estática y acusa la falta de visceralidad que podría esperarse de tanto reproche y desesperación que anidan en ese entorno. Tampoco se trata de convertirlo en una crisis familiar al estilo napolitano, pero los encontronazos dialécticos con Louis son constantes y la temperatura en la escena se mantiene siempre estable, pese a que Lagarce abre los largos monólogos de sus personajes con el sobresalto y las dudas en forma de repeticiones verbales. Domina un aire del norte, demasiado chejoviano.
A favor del montaje juega un firme reparto con tres generaciones de actrices (Alcañiz, Cisteró y Benito), junto a dos actores siempre solventes:Vert en un rol complicado como el del abatido Louis y Torrecilla en el de su resentido hermano. La siempre resolutiva Cisteró tiene un papel de menor vuelo que sus compañeras. Benito sí le pone fuego a su monólogo y ratifica sus enormes condiciones en el mano a mano con Vert. Y ver a la magnética Alcañiz en el escenario merece el aplauso. Despacha en su soliloquio, por ejemplo, un breve cambio de tono en su personaje magistral.
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