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'Infanticida': Caterina Albert en el Sónar

La escritora, que utilizó el seudónimo de Víctor Català, deja que Nela, la protagonista de la obra, narre su propia historia

'Infanticida', en la Sala Atrium.

'Infanticida', en la Sala Atrium. / periodico

Aída Pallarès

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Nela mira al público. Con recelo, con miedo. “Què hi fa aquí tanta gent?”. Quiere escapar, no puede volver a casa, no sabe dónde ir. La persiguen la imagen de su padre con la hoz, el sonido de la ‘mola’, el ‘crec-crec-crec’ de los huesos del bebé. Así de implacable empieza ‘<strong>Infanticida</strong>’, la adaptación que Marc Rosich, Clara Peya y Marc Angelet han hecho de la obra homónima de Caterina Albert. Un texto cargado de violencia, fantasmas interiores y opresión patriarcal.

Año 1898. Caterina Albert gana los Jocs Florals de Olot con ‘La infanticida’ -un monólogo interior en verso- y el poema ‘Lo llibre nou’. El segundo es publicado en el diario ‘La Veu de Catalunya’. El primero es catalogado de herejía, de inmoral y, cuando los miembros del jurado se enteran de que lo había escrito una mujer, de escandaloso. Poco después, Albert empezó a usar el seudónimo masculino de Víctor Català. Fue, aunque su carrera como dramaturga nunca llegó a despegar, la primera autora teatral de la literatura catalana moderna. ‘La infanticida’, eso sí, no solo no se leyó ante el público del certamen sino que tardó más de 60 años en subir a un escenario.

‘La infanticida’ fue calificada de inmoral, irrepresentable y escandalosa porque narra la historia de Nela, una mujer que es enviada a un psiquiátrico después de cometer, como revela el título -no hay ‘spoiler’ posible- un infanticidio. Aquí, a diferencia de muchas otras obras en las que las mujeres son víctimas sin voz, Albert deja que ella narre su propia historia. Nela se revela, pues, como la voz de la denuncia.

Peya, Rosich y Angelet han decidido, muy inteligentemente, transformar este monólogo de Caterina Albert en una ópera electrónica al estilo James Blake. Un musical de pequeño formato protagonizado por la cantante y actriz Neus Pàmies (‘El llibertí’, ‘Sang i fetge’) y el músico Gerard Marsal que, desde su mesa, se encarga del diseño sonoro en directo, de las repeticiones, distorsiones y loops propios del techno. Desde su sala de interrogatorio, la protagonista recuerda, mediante ‘flashbacks’ cantados, todo lo ocurrido. Las repeticiones, tan habituales en la música electrónica, acentúan aquí las obsesiones de Nela, su miedo. La hoz del padre acercándose a su cuello. El ‘crec-crec-crec’ de los huesos del bebé.

El sonido, sucio, disonante, enfatiza la locura de la protagonista. También los visuales, más propios de las sesiones techno, ayudan a construir una atmósfera de desasosiego y constante peligro. Ni encerrada en su celda, su sala de interrogatorio, su habitación, Nela está tranquila. De hecho, y este es, probablemente, el único pero de la obra, la interpretación de Pàmies peca de cierta intensidad. Un poco de contención al inicio quizá realzaría la tragedia personal de Nela, el sacrificio final. Se trata, eso sí, de un pecado menor, ya que con su voz y su honestidad Pàmies consigue captar el interés del público y no soltarlo durante toda la obra.