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'El oficial y el espía': Polanski se autoexculpa

En su última película, el cineasta traza paralelismos entre el drama del capitán Alfred Dreyfus, condenado injustamente, y sus propios problemas con la justicia

Fotograma de 'El oficial y el espía', de Roman Polanski.

Fotograma de 'El oficial y el espía', de Roman Polanski. / periodico

Nando Salvà

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Caravaggio asesinó a un hombre y aun así cualquier museo se pelearía por tener uno de sus cuadros, seguimos leyendo los libros de Norman Mailer a pesar de que el tipo acuchilló a su esposa, y muchos otros ejemplos más como estos demuestran que, en general, solemos dar por hecho que una obra de arte puede ser valorada con independencia de las fechorías cometidas por su autor. Pero en el caso de la nueva película de Roman Polanski, ‘El oficial y el espía’, resulta casi imposible; el director, después de todo, parece haberla diseñado específicamente para equipararse con una de las grandes víctimas de injusticia de la historia, alguien que defendió sus convicciones y desafió tenazmente un sistema corrupto con la fe de que su verdad se acabaría imponiendo.

El oficial y el espía’, decimos, dramatiza el caso de Alfred Dreyfus, un capitán del ejército francés de origen judío que en octubre de 1894 fue acusado de pasar información confidencial a los alemanes; tras un juicio que transcurrió envuelto de una virulenta propaganda en su contra y, a pesar de la falta de evidencias, Dreyfus fue condenado por espionaje y alta traición, despojado de su rango militar e inicialmente recluido de por vida en una prisión de la Guayana Francesa. El proceso dejó al descubierto las profundidades del antisemitismo que azotaba la sociedad francesa.

El protagonista de ‘El oficial y el espía’, eso sí, es otro. Se trata del teniente coronel Georges Picquart, que pasó de ser uno de los verdugos de Dreyfus a erigirse en su gran defensor. Tras ser nombrado jefe del servicio de inteligencia del ejército, en 1896 Picquart descubrió que el traidor era otro soldado. Cuando presentó las pruebas a la cúpula militar francesa, sin embargo, esta decidió encubrir el error y expulsarlo del ejército.

El 13 de enero de 1898, el novelista Émile Zola publicó su famoso artículo titulado ‘J’accuse’, una carta abierta al presidente de la República en la que nombraba a los funcionarios que habían fabricado el caso contra Dreyfus y criticaba al gobierno por su antisemitismo. Los disturbios callejeros se intensificaron, y el autor de ‘Germinal’ tuvo que huir al exilio en Inglaterra durante 10 meses tras ser condenado por difamación. En junio de 1899, devuelto a Francia para afrontar un segundo juicio, Dreyfus fue inicialmente declarado culpable y sentenciado a 10 años de prisión, y oficialmente perdonado. Tuvo que esperar hasta 1906 para que el veredicto original fuera revocado y su persona, exonerada. Se reincorporó al ejército con el rango de mayor, y sirvió en la Primera Guerra Mundial. Murió en 1935, con 76 años.

Algo parecido a un alma gemela

Algo parecido a un alma gemelaLa figura de Alfred Dreyfus es del todo relevante en un mundo como el nuestro, azotado por la xenofobia y el ascenso de la ultraderecha; es lógico que sea del interés de cualquier director y más que lo sea de uno como Polanski, que vivió de primera mano el horror antisemita -a los seis años vio cómo su padre era enviado a un campo de concentración, y su madre murió en Auschwitz embarazada de cuatro meses-. Pero el director polaco, en busca y captura por parte de Estados Unidos por la violación de una menor en 1977, se fijó en Dreyfus porque lo considera como algo parecido a un alma gemela, un hombre honorable que fue calumniado e injustamente condenado y se convirtió en mártir. Y eso lo ha afirmado él mismo. En una entrevista incluida en el material promocional de ‘El oficial y el espía’, asegura: “Estoy familiarizado con muchos de los mecanismos de persecución que la película muestra (...) Puedo ver la misma determinación por negar los hechos y condenarme por cosas que no hice”.

A estas alturas, hace tiempo que quedó en evidencia la necesidad de un debate más profundo sobre cómo Hollywood y el sistema penal estadounidense deberían tratar el caso de Polanski. Y, por tanto, que él sienta la necesidad de usar su cine para reflexionar sobre su caso, que es mucho más complejo de lo que sus defensores y sus enemigos a menudo pretenden, es lógico. Sin embargo, que pretenda convencernos de una supuesta equivalencia moral entre un oficial acusado injustamente de espionaje y él mismo, que admitió haber agredido sexualmente hace 42 años a una niña de 13, no solo es inapropiado sino un ejemplo claro de la más estúpida inmoralidad.

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