CINE
'Mujercitas': cuatro hermanas inmortales
La enésima versión cinematográfica de la novela de Louise May Alcott actualiza el impulso feminista de sus personajes con una estructura narrativa innovadora
A lo largo del último siglo y medio, ‘Mujercitas’ ha generado producciones de Broadway y series de anime, relecturas contemporáneas y musicales televisivos. Ha inspirado un montaje operístico, un museo y varias líneas de muñecas. Y ha sido la base de numerosas adaptaciones cinematográficas, nada menos que ocho. Y por eso resulta especialmente notoria la habilidad con la que la última de ellas, que el próximo miércoles llega a los cines, logra distinguirse de todas sus predecesoras. Su directora, la también actriz Greta Gerwig, no ha necesitado replanteamientos radicales -no la ha rodado con figuras de arcilla en lugar de actrices, no la ha ambientado en Marte- para invitarnos a reconsiderar qué asuntos explora el libro original y qué representan sus personajes, y para reflexionar sobre las consecuencias que afrontan quienes se rebelan contra las expectativas que les han sido impuestas a causa de su género.
La novela original de Louise May Alcott, recordemos, traza el camino hacia la madurez de cuatro hermanas que crecen en un ambiente de discreta pobreza en la Massachusetts de mediados del siglo XIX. Meg, la mayor, es lánguida y maternal; Jo, en cambio, es resuelta, independiente y de carácter fuerte; Beth destaca por su amabilidad y por haber sido genéticamente diseñada para morir joven; y por último está Amy, vanidosa y egoísta pero dotada de un carisma irresistible.
Decididas a perseguir su felicidad
Decididas a perseguir su felicidad
El padre de las niñas se encuentra lejos de casa, sirviendo como capellán entre las trincheras de la guerra de secesión; cuando necesitan consejos, suelen acurrucarse junto a la silla de su madre, a la que llaman Marmee. Alcott imaginó a las hermanas March como un cuarteto de jóvenes independientes a pesar de su falta de medios económicos, y decididas a perseguir su propia felicidad en un mundo en el que las mujeres de su posición a menudo dependían de las fortunas de sus novios o de la posibilidad de una herencia generosa para asegurarse un futuro. Y lo hizo inspirándose en buena medida en su propia biografía, y convirtiendo al personaje de Jo en un reflejo de sí misma.
La novela fue un éxito rotundo desde el momento de su publicación, entre 1868 y 1869, y desde entonces nunca ha dejado de publicarse en más de 50 idiomas ni, decimos, de ser adaptada a otros formatos artísticos. La primera versión teatral de ‘Mujercitas’ se estrenó con éxito en Nueva York en 1912, y pronto fue seguida por dos películas mudas, estrenadas respectivamente en 1917 y 1918. Luego lo hizo la versión dirigida por George Cukor en 1933, que convirtió a Katharine Hepburn en una estrella. Entre 1935 y 1950 se estrenaron unas 50 dramatizaciones radiofónicas, y en 1949 llegó a los cines la adaptación de Mervyn LeRoy, protagonizada por Elizabeth Taylor y June Allyson. Entre todas las versiones que han visto la luz en las últimas décadas, destaca la película dirigida en 1994 por Gillian Armstrong, con Winona Ryder y Kirsten Dunst entre las protagonistas. Entretanto, se han emitido docenas de adaptaciones televisivas; una de ellas lo hizo en forma de animación japonesa, en 1987.
Consumismo y compromiso político
Consumismo y compromiso político
La mayoría de esas relecturas teatrales y audiovisuales han funcionado como reflejos más o menos fieles del ‘zeitgeist’. La de 1949, por ejemplo, fue producto de una época en la que el consumismo se había convertido en deber patriótico, y por tanto incorporó una escena -no incluida en la novela- en la que las hermanas se gastan un dineral en compras navideñas. Y la de 1994, por su parte, mostró un férreo compromiso político: sus protagonistas defendían el sufragio femenino y se negaban a usar la seda porque su producción dependía de la esclavitud y el trabajo infantil; en ella, además, todos los personajes masculinos permanecían en los márgenes.
En la nueva adaptación, Gerwig actualiza el impulso feminista, y lo matiza. Pese a que en ella Jo sigue siendo el personaje más proclive a desafiar las normas, la película descarta que su actitud sea la única valiosa; en cambio, legitima los caminos seguidos por todas las hermanas, y en ese sentido es destacable la importancia que el relato da a Amy, tradicionalmente el personaje menos querido. Súmese a ello esa estructura innovadora, que hace pedazos la narración de Alcott y da más importancia a los temas que a la cronología, y el resultado es una evidencia irrefutable de que el tiempo pasa, pero las hermanas March no envejecen.
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