TEATRO

'Falaise': un caballo, 14 palomas y 8 'cracks'

Una maravilla se ha instalado en el Lliure de Montjuïc bajo el nombre de 'Falaise'. La compañía Baró d'Evel abre una gran puerta a la imaginación en un espectáculo sin etiquetas.

zentauroepp50069211 falaise191002171838

zentauroepp50069211 falaise191002171838 / periodico

José Carlos Sorribes

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Hay espectáculos buenos, excelentes e inolvidables. La última categoría es la de aquellos cuya visión –puede llegar a decirse– te convierte en mejor persona, por la enorme humanidad que desprenden. Falaise está en esa categoría. ¿Por qué? Porque la última creación de Baró d’Evel, la prestigiosa compañía de Blaï Mateu Trias y Camille Decourtye, es una maravilla. Absoluta. Un lugar para el sueño, la imaginación, y para dejarse atrapar a lo largo de 100 minutos por las evoluciones de 8 cracks de la representación, un caballo y 14 palomas. Son los intérpretes del montaje que ha abierto la temporada del Lliure de Montjuïc tras ser una de las grandes perlas del pasado Grec. Un espectáculo sin etiquetas.

«Anirà bé, tot anirà bé». Dice la frase, con voz tímida, Camille Decourtye antes de correr el telón para que nos adentremos en un espacio oscuro, negro. Viene a ser un castillo en ruinas o una mazmorra. Es el lugar desde donde los artistas se asomarán al abismo, al acantilado, falaise en francés. Algo metáforico y también físico, porque por él se descolgarán de forma vertiginosa haciendo añicos las paredes de esa mazmorra.

Falaise no tiene hilo narrativo convencional –ni falta que le hace– sino que se desarrolla en episodios con acrobacias, humor, danza, movimiento y el mágico juego con un caballo blanco –a cargo de Decourtye y propio de la doma– y esa docena de palomas que sobrevuelan el espacio escénico y el propio teatro. Todo siempre bajo un halo de melancolía y magnética poesía visual.

El bailarín andaluz Guillermo Weickert abre Falaise como un vagabundo enrabietado, rodeado de las aves, y pronto se verá acompañado por el resto de intérpretes en un escenario que irá mutando de la oscuridad del negro a la presencia de pinceladas de un blanco esperanzador. En el tránsito veremos, por ejemplo, a Mateu en una escena hilarante en el que la larga cola de Chapakan se convierte en su peluca, a todo el grupo con coreografías que igual presentan movimientos frenéticos que otros más compactos, al superlativo Oriol Pla (el gran fichaje de Baró d’Evel para este montaje) luciendo su inacabable paleta actoral y corporal, a Noëmie Bouissou jugando con su cuerpo como si fuera un mecano, o a Martí Soler lanzándose al vacío y aterrizando en una colchoneta como un ángel caído.

La colaboración de mal pelo

El movimiento es un elemento fundamental en Falaise y ahí se ve la mano experta de María Muñoz y Pep Ramis, de la compañía Mal Pelo, como colaboradores en la dirección. No falta tampoco la música en directo que va del tono lírico a cargo de Decourtye y de Mateu, este en una performance grotesca, al rock con Pla a la guitarra eléctrica y Decourtye al bajo. Y si una escena resume lo que es la maravilla de Falaise es la de esa pareja que cogida de la mano ve cómo, poco a poco, sus vestidos de escayola se descomponen a trozos y ellos mismos se desmoronan. El paso del tiempo, el amor que se resquebraja...

Y aunque el mensaje no resulte muy explícito, sí sobrevuela en una obra que empieza en un mundo oscuro, como el que vivimos, y quiere abrir una puerta a la esperanza, a intentarlo, a seguir adelante. «Demà hi tornarem», concluye Decourtye en medio de un escenario en ruinas. De (re)visión obligatoria.—