teatro

'Muerte en el Nilo': la señora Christie nunca falla

Un clásico de la gran dama de la intriga abre el curso en el Teatre Borrás. Víctor Conde presenta su estilizada y glamurosa versión. Lujo y tragedia a bordo

Muerte en el Nilo en el Teatre Borràs

Muerte en el Nilo en el Teatre Borràs / periodico

José Carlos Sorribes

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La figura de Agatha Christie es conocida sobre todo por su vertiente narrativa. Pero novelas como 'Muerte en el Nilo', además, también  han tenido traslaciones cinematográficas y escénicas, una de las teatrales adaptada por su propia autora en 1942, cinco años después del original novelesco. Abre ahora la temporada en el Teatre Borràs con un montaje dirigido por Víctor Conde, un reconocido seguidor de la gran dama del misterio, de quien ya montó anteriormente otras piezas como 'La ratonera' y 'Crimen perfecto'.

Conde deja su sello en un montaje que quiere se glamuroso, estiloso, y en el que se puede decir que la estética incluso queda por encima de la intriga. El relato es bien conocido: un crucero en el Nilo con pasajeros de perfil aristocrático, la mayoría de ellos, una historia de amor a la vista y otra encubierta y un inesperado desenlace trágico. Resuelto, cómo no, por el ingenio del detective Hercules Poirot en la novela. En la versión de este montaje se convierte en un empresario francés que fue el tutor de una de las enamoradas.

Conde quiere quitarle el polvo de los años con una estilización que incluye música en directo, en el que es probablemente uno de los mayores aciertos de su propuesta. La voz de Paula Moncada, acompañada al piano por Dídac Flores, crea la atmósfera adecuada en un entorno propio del Scott Fitzgerald de 'El gran Gastby'. Las canciones de la época, de George Gershwin o Cole Porter, nos llegan con brillante transparencia. Ambos se desdoblan como intérpretes de sendos personajes y en el caso de Flores con enorme soltura. Estamos ante un brioso y virtuoso pianista y un actor con buen gancho.

Movimiento coreográfico

El juego que plantea el director se inicia en la propia presentación de los personajes, después de un preámbulo ya musical -algo dilatado- para calentar al público. El 'Lotus' zarpa cuando conocemos con todo detalle, entre un trasiego de maletas, a cada uno de sus pasajeros en un espacio inclinado con suelo de madera, que nos recuerda una cubierta de un barco. A partir de ahí, todo se sucede con pausa, como el propio navegar por las aguas del Nilo, entre fiestas a bordo. El director introduce un movimiento coreográfico, algo redundante y gratuito por momentos, para realzar ese ambiente glamuroso entre gente de vida ociosa.

Acelerón en el cierre

Queda la sensación de que el tiempo que se toma Conde para cocinar el montaje se acelera cuando llega el momento de su resolución. El desenlace tiene tantas aristas, despachadas en un pispás, que el espectador debe estar muy atento para no perder comba. Ahí reluce en todo su esplendor la reconocida habilidad de la señora Christie para desmadejar historias de intriga.

Un misterio que es el broche que cierra una pieza en la que no se profundiza en las cuestiones de la ambición, la mentira y la envidia que planean sobre la intriga. Aquí de lo que se trata es de trasladarnos el glamur de un crucero por el Nilo y de un tiempo pasado con un pátina de modernidad, la que impone la puesta en escena de Conde. Y que no duda, como manda un canon habitual en el teatro de estos tiempos, en mantener siempre a los 10 intérpretes en escena, ante la mirada del espectador.