TEATRO

'El funeral de Mary-Lin': un último adiós de broma

Tres hermanos se reencuentran en el velatorio de su madre y todo salta por los aires cuando llega el cuidador de la difunta. Una comedia a todo gas en el Versus

Funeral de Mary-Lin

Funeral de Mary-Lin / periodico

José Carlos Sorribes

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Un funeral es una cosa muy seria... casi siempre. Porque también puede dar pie a situaciones hilarantes y embrollos familiares. Es, sin duda, un buen campo de cultivo teatral para dar rienda suelta a una comedia, a un divertimento desenfrenado de aquellos que buscan que el espectador se deje ir con una risa tras otra. Bajo esos raíles avanza El funeral de Mary-Lin, una pieza de aire veraniego que seguirá en el Versus Glòries hasta el inicio del otoño. 

Pere Anglas firma una obra que quiere abordar, según el texto de presentación, conflictos familiares personificados en el reencuentro entre tres hermanos tras el fallecimiento de su madre. Y lo hace a partir de preguntas como ¿conocemos realmente a nuestros padres, hijos o hermanos?, ¿nos conocen ellos a nosotros tal como somos? y ¿hasta qué punto la imagen que nos hemos formado unos de otros a lo largo de los años se ajusta a la realidad? Que nadie se eche atrás; son interrogantes de una trascendencia que apenas se deja entrever en una obra que va a todo trapo en busca de una situación cómica tras otra. Por lo menos, esa es la apuesta del director Óscar Molina con un texto y unos personajes que se lo permiten en una acertada y austera escenografía: cuatro sillas y el féretro, por supuesto. 

En el velatorio

Los hermanos se reúnen en la sala de vela tras la muerte de su madre, internada en una residencia los últimos meses de su vida, y a quien apenas visitaba de forma esporádica el mayor. Es Antonio (Ramon Godino), un empresario amenazado de ruina que no soporta –es algo recíproco– al mediano, David (Jordi Cadellans), un artista plástico que vive en París. El tercero, Santi (Marc Casals), no equilibra esa relación, precisamente. Le acaba de dejar su novia, no lo ha superado, se atiborra a pastillas de medicina natural  y manifiesta, además, unos episodios de descontrol que precisarían de la aplicación de una camisa de fuerza.

Entre reproches mutuos comienzan a barajar el tema de la herencia: un piso y dineritos en el banco. Pero una visita inesperada provoca un cortocircuito en el velatorio. Allí se presenta Joan Bofill (Txema Puigdollers), el enfermero de la finada en la residencia. De repente, les descubre a una madre que ellos desconocían, con unos gustos e inquietudes sorprendentes. Entre ellos, una afición de última hora por la cultura japonesa (de ahí lo de Mary-Lin). En definitiva, el tal Bofill –ojo a un apellido de inequívocas connotaciones familiares en catalán, bon fill– fue más que un cuidador, alguien muy importante para Mari. 

Bien que lo comprueban sus hijos. El testamento le deja todas sus propiedades. El tres contra uno ya está a punto y brota otro escenario ideal para añadir, aún más, un buen rosario de gags. No todos funcionan en la misma medida y El funeral de Mary-Lin acaba pecando de empacho. No hay respiro en esa sucesión de situaciones cómicas con unos personajes que siempre están llevados al límite. Los cuatro intérpretes colaboran en ello y Puigdollers, por ejemplo, dibuja con picardía al maquiavélico cuidador. Él y sus tres compañeros juegan a favor de una comicidad sin freno que quiere ganarse el favor de un público que abarque la mayor franja de edad posible. Y lo hace hasta con un selfi de actores y espectadores como despedida.