CINE
'Los muertos no mueren': zombis como nosotros
Jim Jarmusch recurre a una de las especies monstruosas más icónicas del cine de terror para sugerir que nos merecemos todo lo malo que nos pase
Sobre el papel, una comedia de zombis dirigida por Jim Jarmusch puede generar escepticismo. Tanto para hacer reír al espectador como para espantarlo se requiere mantenerlo en tensión, expectante ante ese chiste o ese susto que podría llegar en cualquier momento; y Jarmusch, en cambio, es el gran cineasta de la laxitud dramática, los tiempos muertos y la emoción creada a partir de la falta de drama. Y si, en parte quizá por esa discrepancia, 'Los muertos no mueren' es una obra menor en la filmografía del de Ohio, su negativa general a convertir el fin del mundo en fuente de estrés -se limita a verlo pasar- la convierte en algo único.
Aquí el apocalipsis zombi sucede porque la Tierra se ha salido de su eje. ¿Y eso por qué? Por algo llamado "'fracking' polar" que, en realidad, es una metáfora de la idiotez moral y la codicia capitalista que nos azotan. Sea como sea, una cosa así debería alarmar a la humanidad; pero los habitantes de Centerville, el pueblecito donde transcurre la acción, aquejan la falta de vitalidad propia de unos zombis que aún no se han tomado la molestia de morir. Entre ellos destacan dos policías: el jefe (Bill Murray) espera que la plaga se revierta por sí sola; su asistente (Adam Driver) está convencido de que «todo acabará mal».
Cuando sus vecinos muertos empiezan a reanimarse, resultan estar ávidos no tanto de casquería como de lujos cotidianos como el wifi, el buen café y el chardonnay. Dicho de otro modo, 'Los muertos no mueren' posee una idea de fondo -que el afán consumista nos ha convertido en despojos- no precisamente original; ya la desarrolló George A. Romero en 'Zombi' (1978). Asimismo, no es una película especialmente sangrienta o aterradora.
Da la sensación de que Jarmusch la ha usado como excusa para reunir a un puñado de amigos y hacerlos desfilar por la pantalla -Tom Waits, RZA Iggy Pop, Tilda Swinton como dueña de una funeraria que ejerce de samurái-, en la piel de personajes del todo conscientes de vivir dentro de una película de Jim Jarmusch.
Una película amarga
En todo caso, un aire de sombría desolación va apoderándose de ella. Es una película notablemente amarga, especialmente considerando que en el pasado su director siempre se ha mostrado profundamente afectuoso con las idiosincrasias humanas y que aquí, en cambio, se muestra convencido de que merecemos nuestra propia extinción. Y no pasará mucho tiempo antes de que nos veamos obligados a recoger los frutos de la arrogancia, la codicia y la estupidez que hemos sembrado. Preparémonos porque, sí, todo acabará mal.
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