CINE
'La ceniza es el blanco más puro': el tránsito a no se sabe dónde
La nueva película del chino Jia Zhangke funciona como una síntesis de todo su cine previo y, a la vez, es otra cosa
Pocos cineastas se han dedicado con tanta entrega como Jia Zhangke a la observación del paso del tiempo. El transcurso de los años, la transformación de paisajes, la manera en que modos enteros de vida se desvanecen dejando solo destellos de memoria y reproches. Y en su duodécima película el chino reflexiona sobre esa condición transicional de las cosas no solo observando la modernización de su propio país –cuyas consecuencias son, de hecho, el asunto más recurrente de su cine–, sino también el devenir de una historia de amor marcada por el infortunio, la fatalidad y la más insondable melancolía y, por último, la evolución de su propio universo narrativo. Y la respuesta que esa exploración le proporciona es inequívoca: los días se suceden y todo cambia aunque, a decir verdad, al mismo tiempo todo sigue igual.
Para llegar a ella, Jia retrata la fortaleza, la resolución, la perspicacia y la constancia moral de las que hace gala Qiao –encarnada por Zhao Tao, musa del director y su esposa desde el 2012– a lo largo de una década y media durante la que su vida se vuelve del revés y aquellos que una vez estuvieron a su lado se vuelven irrevocablemente distintos. Mientras la contemplamos tratando estoicamente de mantener a flote su relación con un gánster de poca monta, Bin (Liao Fan), queda clara la empatía que Jia siente por todos aquellos que tratan de mantener los pies en el suelo en una China que supuestamente avanza a velocidad de vértigo. Pero cambian la tecnología y el entorno. La gente, no.
Vasos comunicantes
Desde el primero de sus planos, 'La ceniza es el blanco más puro' genera sensación de 'déjà vu'. Es cierto que todas las películas de Jia conectan entre sí a través de multitud de vasos comunicantes, pero esta es algo más: una condensación o, tal vez, una esencialización.
Por un lado, por los elementos temáticos, formales y espacio-temporales que retoma de títulos previos como 'Unknown pleasures' (2002), 'Naturaleza muerta' (2006) o 'Más allá de las montañas' (2015); por otro, porque resume la transición que su cine ha experimentado desde la estética austera de su primera etapa, con sus planos largos y estáticos, y las incursiones en el género criminal y el melodrama que ha llevado a cabo en los últimos años. Y, a pesar de ello –o quizás precisamente por ello– se las arregla para ser una película distinta a cuantas ha hecho antes, más misteriosa y sorprendente y posiblemente más relevante. Una culminación.
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