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'Nación salvaje': 'Instagramers' a la hoguera

La segunda película de Sam Levinson es una alegoría jovialmente sangrienta sobre la era de Instagram y la hipocresía de los 'haters'

'Nación salvaje': 'Instagramers' a la hoguera

'Nación salvaje': 'Instagramers' a la hoguera / periodico

Nando Salvà

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Es probable que 'Nación salvaje' genere el rechazo de aquellos para quienes las redes sociales y las tendencias de la juventud relacionadas con ellas –sobre todo de la juventud femenina– tienen la culpa de todos los males de la sociedad moderna. Sin duda es una película diseñada para provocar al espectador, y lo hace presentando sus ideas con la contundencia propia de un puñetazo. No es casual, de entrada, que su acción se sitúe en Salem, puesto que guarda similitudes obvias con la infame caza de brujas que sumió a esa ciudad en la histeria hace poco más de tres siglos.

Todo empieza cuando un pirata informático anónimo empieza a filtrar datos sobre las vidas privadas, las búsquedas en internet y los historiales de mensajes de varios habitantes del lugar. Primero se revela la ajetreada homosexualidad que vive el alcalde, un rígido moralista que acaba suicidándose durante una rueda de prensa. Después, el director del instituto es condenado por unas fotos en las que su hija de 6 años aparece desnuda, y que algunos consideran pornográficas. Y a medida que el 'hacker' hace públicas sus intimidades, los habitantes de Salem se transforman en un escuadrón de linchamiento. Y cuando sus hipocresías y su ira hallan el perfecto chivo expiatorio en un cuarteto de desinhibidas adolescentes –una de ellas transgénero–, estas deberán tomar medidas drásticas para rebelarse. Y entonces las fuerzas del feminismo, de los derechos LGTBIQ y el progresismo se combinan para aplastar el patriarcado retrógrado, chovinista y cateto.

Seres humanos irritantes

Antes de que el caos reine, en todo caso, el mundo que retrata 'Nación salvaje' ya se encuentra al borde de la ruina a pesar de que nadie parezca darse cuenta. Durante la primera mitad de la película, el director Sam Levinson –sí, hijo de Barry Levinson– muestra a las chicas transitar por un día a día en el que los juicios morales, el postureo y la rumorología son constantemente espoleados y transmitidos a velocidad vertiginosa por las redes sociales; y mientras lo hace no oculta el hecho de que son cuatro seres humanos excepcional y agresivamente irritantes.

Y a partir de ahí, paso a paso, va exponiendo y deconstruyendo los prejuicios probablemente misóginos en los que se basa nuestra inquisidora reacción ante su comportamiento, sin dejar de lamentar simultáneamente el sistema social que lo produce.

En el proceso, además de quedar explicada la virulencia del 'MeToo', se nos demuestra que las redes sociales no ensucian nuestros valores, sino que solo dan más visibilidad a los manchurrones; y que, ante tanta porquería, nada tan desinfectante como un buen apocalipsis.

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