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'Bomb city': vivir y morir sobre un polvorín

La primera película del director Jameson Brooks recrea la muerte de un joven anarquista para reflexionar sobre lo venenosos que resultan los prejuicios

'Bomb city': Vivir y morir sobre un polvorín

'Bomb city': Vivir y morir sobre un polvorín / periodico

Nando Salvà

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Si no se basara en una historia real, 'Bomb city' podría describirse como una versión actualizada de 'Rebeldes' (1983), el clásico de Francis Ford Coppola: dos pandillas callejeras cuya rivalidad acaba en tragedia. El 12 de diciembre de 1997, un adolescente llamado Brian Deneke murió tras ser atropellado intencionadamente por el Cadillac que conducía otro llamado Dustin Camp.

El asesinato fue el clímax de una trifulca que se había desatado entre el grupo de punks y los miembros de un equipo de fútbol de instituto de Amarillo, después de que estos últimos hubieran dado una paliza a uno de los compañeros más problemáticos de Deneke. Después de un largo juicio, Camp fue multado con 10.000 dólares y condenado a cinco años de libertad condicional, aunque después la multa fue revocada. En el 2001, el joven finalmente tuvo que ingresar en prisión, pero no por el asesinato sino por haber violado la condicional.

'Bomb city' rememora los sucesos que desembocaron en ese crimen de odio con el fin ofrecer reflexiones de más largo alcance. Su título alude al sobrenombre que recibe Amarillo, la única ciudad de Estados Unidos donde hay una planta de ensamblaje y desarme de armas nucleares, y es un título idóneo considerando el mensaje de la película: que en realidad todos vivimos entre bombas, y que encender una cerilla bastaría para hacernos saltar a todos por los aires.

Diferentes estilos de vida

Después de todo, la principal diferencia entre los dos clanes que la película enfrenta son sus elecciones estéticas y, por supuesto, las oportunidades de que disponen. Mientras a los estudiantes se les permite dar rienda suelta a sus instintos más violentos sobre el terreno de juego, los okupas son perseguidos y atacados por la policía simplemente porque su estilo de vida es visto como una provocación. El director Jameson Brooks en todo momento deja meridianamente claro de qué lado está pero aun así se las arregla para esquivar el discursismo, de dos maneras: en primer lugar, dejando que la narración se apoye menos en las palabras que en una colección de deslumbrantes imágenes; en segundo, evitando retratar a los malos de la película como unos monstruos inhumanos.

Obviamente señala a Dustin porl lo que sucedió aquella noche –y a su abogado, empeñado en tachar a los punks de violentos basándose únicamente en su apariencia-, pero también deja claro que la tragedia podría haberse evitado si los integrantes de ambos bandos se hubieran limitado a aceptar el hecho de que, en el fondo, unos y otros andaban buscando en la vida más o menos lo mismo.

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