CINE

'Lo que esconde Silver Lake': enigmas de triple fondo

En su tercera película, el director David Robert Mitchell nos empuja al interior de un misterio alucinado, exuberante y fascinante

'Lo que esconde Silver Lake': Enigmas de triple fondo

'Lo que esconde Silver Lake': Enigmas de triple fondo / periodico

Nando Salvà

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Está claro que David Robert Mitchell es un cinéfago nostálgico. Si en la primera de sus películas –'El mito de la adolescencia' (2010)– rindió tributo a las películas de John Hughes y en la segunda –'It follows' (2014)– ofreció uno de los más brillantes homenajes al legado cinematográfico de John Carpenter, hablar ahora de la tercera sin mencionar siquiera a 'El gran Lebowsky''Mulholland Drive''El largo adiós' o 'Puro vicio' sería como intentar comer un perrito caliente sin ponerse los dedos perdidos de kétchup: además de resultar muy difícil, le quitaría parte de la diversión al asunto.

'Lo que esconde Silver Lake' está protagonizada por Sam (Andrew Garfield), un 'fumeta' urgentemente necesitado de un peine y una ducha, y que parece pasar la mayor parte de su tiempo masturbándose, jugando a la Nintendo y espiando a sus vecinas. Cuando una de ellas desaparece, Sam se embarca en una obsesiva investigación a lo largo y ancho de Los Ángeles que le enfrentará a encuentros sociales bizarros, mansiones de millonarios y túneles subterráneos, mensajes subliminales y códigos ocultos, productores de cine desaparecidos y sectas 'new age', perros muertos y asesinas con cara de búho.

Como un personaje de videojuego

Casi como si fuera un personaje de videojuego, deberá resolver acertijos para acceder a una matrioska de mundos ocultos; y en el proceso, mientras lo drogan y le golpean y le disparan, su vida tal vez cobrará sentido.

Que conste que no se trata de un misterio particularmente dotado de capacidad para generar tensión ni del tipo de maquinaria narrativa de precisión que suele caracterizar al cine negro. Mitchell lo trufa de numerosas pistas falsas, y de interrogantes destinados a serlo para siempre, y de personajes supuestamente relevantes que de repente desaparecen para no volver.

Lo que se nos proporciona a cambio es la cantidad suficiente de giros argumentales absurdos y personajes excéntricos para mantenernos boquiabiertos durante 140 minutos de metraje. Mitchell, asimismo, nos sume en un estado permanente de desazón gracias a la hostilidad que extrae de escenarios en apariencia mundanos, a su predilección por un humor que provoca más desconcierto que risas y a un antihéroe protagonista, Sam, propenso al voyerismo y los desmedidos ataques de rabia. Y, sobre todo, a todos esos momentos increíblemente extraños que nos presenta, uno tras otro y sin parar. ¿Cómo no sentirse fascinado por una película que incluye teorías de la conspiración escondidas en cajas de cereales y a un pianista que asegura haber compuesto todas las canciones famosas de la historia, de 'Smells like teen spirit' a 'I want to know what love is'

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