teatro

Arrebatadora Kassandra

Elisabet Casanovas, la Tània de 'Merlí', vuelve a deslumbrar sobre las tablas del TNC con una interpretación antológica en la piel de una prostituta migrante

Elisabet Casanovas, en 'Kassandra'

Elisabet Casanovas, en 'Kassandra' / periodico

Imma Fernández

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No hay que perderla de vista. Elisabet Casanovas (Barcelona, 1994), la Tània del profesor Merlí, repite cum laude en el TNC con su arrebatadora interpretación de 'Kassandra', monólogo del uruguayo Sergio Blanco (antes fue una novela de la alemana Christa Wolf), de quien el mismo teatro público programó hace unos días su excelente Tebas land. La dirige de nuevo su padrino escénico, Sergi Belbel, quien, cautivado por su mirada en la serie de TV-3, la puso en el tremendo envite de debutar en las tablas en la Sala Gran con 'La senyora Florentina i el seu amor Homer'. Arrebatadora, se metió en el bolsillo a propios y extraños. Ahora encandila a solas con una performance explosiva que rescata a Casandra, la profetisa maldita a quien Eurípides y Esquilo dedicaron un rol menor.

La actriz se mueve como pez en el agua entre las mesas de una Sala Tallers reconvertida en el Club Odissey, interpelando al público y derrochando carisma, frescura, magnetismo y seducción. Embutida en la piel de una prostituta (un travesti) migrante –una chica que nació chico y se ha quedado a medio camino en su anhelada transexualidad–, cuenta como suya la historia de la princesa troyana a quien Apolo maldijo por no corresponder a sus deseos. Juguete de los dioses y de los hombres, tenía el don de la adivinación pero, incomprendida y tildada de loca –«I’m not crazy», se rebela en la obra–, no pudo hacer nada para cambiar el destino trágico de su pueblo y el suyo propio.

JUEGO TEATRAL

Belbel ha aprovechado la extraordinaria vis cómica y el dominio escénico de la joven intérprete para abordar la pieza desde el lado más lúdico y festivo, esquinando el dolor y el drama de una historia que, partiendo del mito, nos habla de las guerras de hoy, de la esclavitud sexual, de la violencia, del exilio… Esta Kassandra es, por encima de todo, una superviviente.

Con una energía y pasión a prueba de bombas y miserias (también ingenua y tierna en algún momento), planta cara a la vida asumiendo su marginalidad como única opción de resistencia –«este cliente es un cerdo y me pega pero necesito el dinero», explica–. Fantasea con el amor, habla con desparpajo de penes, reivindica la libertad sexual que le ha llevado, orgullosa, a cambiar de cuerpo –«do you like my body?», repite– y se aferra esperanzada al futuro. 

Quiso el autor que en su monólogo desmitificador la migrante contemporánea se expresara en un precario inglés, el idioma que domina el mundo, también el de los refugiados, aunque no sea su lengua. Belbel potencia el juego teatral con dos espectadores que traducen los términos menos conocidos al catalán y castellano. Ha optado el director, y ahí está su libertad para hacerlo, por disparar la comedia en una propuesta que, en el lado de los peros, puede llegar a dilatarse en exceso (sobra la escena en la que echa las cartas y hay muchas repeticiones). Al final, Kassandra camina hacia su conocido destino y la platea acaba rendida ante la bestia escénica.