TEATRO
'Audiència i Vernissatge', borrachera crítica y grotesca
Pere Arquillué debuta en la dirección con el humor y la ironía de Václav Havel llevados a la farsa
Imma Fernández
Periodista
Imma Fernández
Sobre el suelo, decenas de latas de cerveza despanzurradas avanzan el desmelene etílico. Un tipo (Josep Julien), con la pose del Aznar de las Azores, duerme a pierna suelta en su despacho de una fábrica cervecera. Entra un nuevo empleado, Vanek (Joan Carreras), escritor represaliado forzado a mancharse las manos con faenas de obrero, y empieza la borrachera. Humor, excesos, ironía… Bajo la espuma de la farsa, la feroz crítica. ¿Cómo mantener la coherencia y la ética en una sociedad represora? ¿Qué papel tienen los intelectuales? Es la primera pieza del díptico 'Audiència-Vernissatge' estrenado en La Villarroel dentro del programa del Grec. Dos obras breves autobiográficas concebidas por Václav Havel para divertimento de sus amistades en la Checoslovaquia comunista de los 70 y que han resultado de las más representadas del autor, por aquel entonces escritor disidente, prohibido y trabajador de una cervecera como Vanek.
El actor Pere Arquillué, en su debut como director, ha acertado a cogerle el pulso a la capacidad de burlarse del absurdo del que años después se convertiría en el último presidente de Checoslovaquia y el primero de la República Checa. Ha optado Arquillué por enfatizar el juego grotesco de antagónicos llevando al histrionismo, la hilaridad y el ridículo los personajes de Julien y Gàmiz, estupendos en su cometido, frente al circunspecto y mesurado Vanek que asume un espléndido Carreras.
Vemos primero al intelectual aguantando estupefacto las excentricidades (en exceso repetitivas) del amo del cotarro, ese funcionario cervecero que acabará deshinchando su ego y confesando sus vacíos y frustraciones mientras se infla de alcohol –con un Julien de récord Guinness–.
Felicidad artificial
Tras un ingenioso y 'obrero' cambio escenográfico, el pasmo del protagonista prosigue en 'Vernissatge', donde se enfrenta con la misma cautela y resignación a un matrimonio amigo (repite Julien y se incorpora una delirante Gàmiz), sumun del esnobismo. La pareja, en otra desbocada situación que caricaturiza las contradicciones del ser humano, pretende alejarle de su 'aburrido' y 'mediocre' ideario vital mientras alardea de su redecorado piso e impostada felicidad. Una felicidad artificial al servicio del beneplácito y admiración ajenas que choca contra un Vanek que se resiste a perder su libertad de espíritu. Corrosiva crítica a la alineación, la hipocresía, el consumismo y la incomunicación, resulta un hilarante retrato de esa absurda sociedad de ayer y hoy. Si el mundo ha de cambiar para mejor, decía Havel, debe empezar con un cambio en la conciencia humana.
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