exposición

Las emociones de Antoni Llena

La galería A34 presenta medio siglo de la trayectoria de este artista más reconocido que conocido. Su trabajo, que busca desvelar sentimientos, enamoró a los conservadores del Moma de Nueva York

Antoni Llena

Antoni Llena / periodico

Natàlia Farré

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Antoni Llena (Barcelona, 1943) es capaz de coger una hoja de libreta arrugada y rota y convertirla en escultura. Es más, en una escultura bella, muy bella, y emocionante, muy emocionante. Es una de las muchas cualidades de este creador reconocido pero quizá no muy conocido. Nunca le ha interesado demasiado el mercado del arte, de hecho abomina de él. De ahí que se prodigue poco. Además, crea sus piezas con materiales pobres y frágiles, así que tienen tendencia a desaparecer, a autodestruirse. Algo que no le importa excesivamente: «A mí lo que me gusta es trabajar, ponerme delante del papel en blanco, el papel me llama». El papel, el más económico y menos suntuoso, es uno de sus materiales preferidos, pero también ha creado con polvos de talco o celo, de ahí que su trabajo lo consuma el tiempo. «Hay millones de cosas infinitamente mejores en la historia de la humanidad que también han desaparecido. Yo veo mis piezas como semillas». 

ESCULTURAS DISECADAS 

Pese a estos obstáculos, su trabajo luce en museos importantes. En el Moma, por ejemplo. No es que los conservadores del museo neoyorquino buscaran coleccionarlo, es que se dieron de bruces con su trabajo en una visita a Barcelona y se enamoraron de él. Tanto que le compraron cinco de las seis esculturas disecadas que han sobrevivido desde los 60 –frágiles artilugios que Llena construía con papel y que cuando se rompían guardaba en un sobre– y todos los dibujos realizados en mayo del 2016. Entre los dibujos y las esculturas disecadas, Llena ha tenido una trayectoria de 50 años que empezó abandonando la pintura: «Quería hacer la pieza total, que lo expresara todo. Y eso es imposible sin haber vivido, así que acabé por destruirlas todas». También tuvo una etapa inactiva (los 70), en la que hizo «la pieza más conceptual de todas». Es decir, no creó «nada». 

Colgó los lápices y los pinceles por una crisis: «Se estaba descuidando la parte más importante,  para mí, del arte, que es la capacidad de desvelar emociones». Volvió a la búsqueda de lo intangible en los 80 con sus cuadros de papel a modo de colaje y cortados con cúter («pureza y dolor») y con sus cajas de artefactos y esculturas hasta hace 10 años. Como no podía dejarlo todo se puso a dibujar, sobre papel, por supuesto: «Un material que me gusta mucho, tengo una devoción extrema por él, su tacto me apasiona». Y así, con el papel y toda clase de material pictórico (lápiz, acuarela, espray…), cada día se planta delante del folio en blanco. «Empiezo a dibujar sin saber qué haré, es una cuestión emocional». Y lo que surgen son las emociones que guarda de pintores que le han aportado algo, como Lucio Fontana, Balthus o Philip Guston. «Artistas que no acaban de cuajar en su tiempo».     

Sus dibujos –lleva miles– son también un dietario de emociones. En lo que va de año lleva más de 800, un centenar de los cuales, los que se corresponden a mayo del 2017, se exponen en la galería A34 junto con la única escultura disecada que obra en su poder y la hoja de papel arrugada convertida en la bella y emocionante escultura citada al principio y que no es otra cosa que un homenaje al 'Angelus Novus' de Paul Klee.   

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