Teatro

Así se destila a Shakespeare

Otelo, Desdémona y Yago se citan en La Seca-Espai Brossa en una excelente obra que nos interpela sobre la manipulación del poder, la mentira, la violencia machista y el racismo

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José Carlos Sorribes

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Sabido es que la vigencia de los clásicos teatrales precisa que sean capaces de interpelar a los espectadores de hoy. Es un ejercicio que requiere sutileza y buena mano para eliminar aquello que podría oler a naftalina y resaltar lo imperecedero. Y si hablamos de clásicos, William Shakespeare es el nombre por excelencia del teatro universal con una abundante presencia en la cartelera.

Así ha llegado 'Othello', quizá poco de moda en los últimos tiempos, a La Seca-Espai Brossa. La conocida tragedia de los celos adquiere, en la propuesta de Oriol Tarrasón y su compañía, Les Antonietes, unos ecos que no pueden ser más actuales. Tarrasón es un maestro en el uso del alambique teatral. Firma la dirección y adaptación de la obra, como antes lo hizo con nota muy alta con sendas piezas de otras catedrales del teatro: Ibsen ('Stockmann', a partir de 'Un enemigo del pueblo') y Chéjov ('Vània'). Tiene el director la capacidad de destilar esos textos, de ir a su esencia, para trasladar a la escena todo su potencial. De forma tan seca como directa.

Esta versión de 'Othello' respeta el clásico, por supuesto, y es a la vez un atinado catálogo de algunos de los males y lacras que afectan a nuestro tiempo: la manipulación o mentira en los aledaños del poder –algo de toda la vida y hoy tan de moda por las 'fake news'–, el racismo, el machismo y uno de sus trágicos efectos: la violencia de género, aquí desatada por celos. Todo en la voz de solo tres personajes, los capitales del texto, de la docena que escribió el Bardo. Casio, cierto, es personaje ausente porque a él hace alusión Yago, que ha perdido su puesto de consejero en su beneficio para desatar los peores instintos del general Otelo.

Òscar Intente (Otelo), Arnau Puig (Yago) y Annabel Castan (Desdémona), magnífico y engrasado trío, se bastan para componer un cuadro trágico y siempre inquietante, con ese aire de thriller que propone la dirección de Tarrasón. Y que ya empieza con las cartas boca arriba: «Odio al moro», repite casi hasta la afonía Yago delante del micro. Un soberbio Arnau Puig le otorga siempre realce al carácter siniestro de su personaje, y mueve los hilos de forma fascinante. Intente, mientras, da el tono de triunfador vestido como un político de hoy (un 'look Macron'), pero también acomplejado por su origen. Es un pelele ante las maquinaciones de su pérfido lugarteniente. Y Castan compone una grácil Desdémona. Impactante aparición la suya como patinadora -se revela como una consumada especialista- en un recurso que funciona a la perfección.

Todo sucede en un espacio casi desnudo, con proyecciones de vídeo para primeros planos, y que muta de forma brillante para el trágico desenlace, a partir de la extensión de unos telones, con los que Desdémona despliega su lecho de muerte. Antes, Castan se dirige al público en un sobrecogedor alegato contra la violencia machista. La frase de Tarrasón del programa de mano de Othello resuena entonces como nunca: «Necesito explicar historias que zarandeen mi apatía. No quiero hacer teatro para soñar con un mundo mejor. Quiero vivir en él». Bravo