Teatro

'Sol solet' no es solo una canción

Àngel Guimerà es un tótem de la dramaturgia catalana. Un teatro público debe rescatar a sus clásicos y Carlota Subirós lo ha hecho con nota

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José Carlos Sorribes

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'Sol, solet / vine’m a veure /vine’m a veure / sol, solet /vine’m a veure que tinc fred'. Pocos estribillos tienen igual fama. Pieza emblemática del cancionero infantil catalán, es además el título de un drama rural de Àngel Guimerà, el insigne autor teatral de 'Terra baixa', 'Maria Rosa' o 'La filla del mar'. Es esta una pieza posterior, de 1905, mucho menos famosa las anteriores y que, como explica la directora Carlota Subirós del montaje que ha estrenado el TNC, se zambulle en los espacios tenebrosos del alma, en un arrebatador deseo de aire destructivo. Es también una obra sobre la soledad, algo manifiestamente claro en su título, alrededor de un personaje como Jon, de gran profundidad psicológica.

Jon (Javier Beltrán)llega a un hostal de pueblo invitado por Bernabé (Ramon Pujol), hijo de la dueña, a quien ha salvado de morir ahogado en un temporal. Le reciben la matriarca, Gaetana (Mercè Aránega), l’hereu Hipòlit (Roger Casamajor) y Munda (Laura Aubert), sobrina de Gaetana y que está liada con Hipòlit. Por ese entorno, de frecuentes cuchilladas dialécticas y escasos momentos de sosiego, también pulula el señor Querol (Oriol Genís), compañero de timba de Hipòlit.

Si la llegada de Bernabé y Jon, a quien Gaetana recibe con amor filial, parece motivo de alegría, rápidamente se girarán las tornas por el asilvestrado Hipòlit, una mala pieza que pronto pone su mirada torva sobre Jon. Y no solo porque parece hacer buenas migas con su madre. También con Munda. A partir de ahí, las malas noticias para el universo familiar serán constantes.

Subirós le ha aplicado a 'Sol solet' una mirada contemporánea, aún más acentuada que la de su versión de 'Maria Rosa' hace un par de temporadas, también en el TNC. En un espacio casi desnudo –apenas unas mesas y sillas para recordarnos que estamos en un hostal– se mueven los personajes de forma casi coreográfica. Irrumpen cuando tienen escena y se apartan, a los lados, sin dejar de actuar, cuando no es así.

Oscuridad que alimenta el drama

Todo con un juego de luces y sombras de potente simbolismo, a partir de la manipulación de un foco a cargo de Laia Duran, o con un personaje-espectador (Antònia Jaume / Alba Pujol). El vestuario de Marta Rafa, de negro generalizado, apunta esa oscuridad que alimenta el drama y también la fuerza que Subirós le quiere dar al verbo de Guimerà, planteado sin aditivos y con una interpretación nada pasional.

La directora apuesta, de esta forma, por una estilización de la pieza, por aligerarla y quitarle el peso del tiempo. También le elimina mucho fuego emocional en una decisión que puede ser más discutible cuando hay pasiones por medio. No excluye que todos los intérpretes desplieguen un sólido trabajo en el que Aubert se sale de su habitual vis cómica,  Casajamor es quien más carta blanca tiene para dibujar al volcánico Hipòlit y  Beltrán saca con nota su poderoso personaje. Alguien que parece emerger de las tinieblas, de una soledad vital desoladora, en busca del calor del refugio familiar, pero que no logrará conseguirlo. Y es que el sol no acaba de brillar para nadie en esta pieza de Guimerà.