Teatro
Melancólica 'road movie' en la Beckett
Josep Maria Miró presenta en la Sala Beckett su primera obra en castellano. El dramaturgo teje a fuego lento una emotiva historia familiar con heridas emocionales por suturar
José Carlos Sorribes
Periodista
José Carlos Sorribes
Hay fracturas emocionales que precisan de sutura aunque sea dolorosa. Pero también sanadora por cerrar un capítulo familiar. En esas coordenadas se mueve Olvidémonos de ser turistas, de Josep Maria Miró y dirección de la argentina Gabriela Izcovich, que estrena la Sala Beckett dentro del ciclo dedicado al dramaturgo de Prats de Lluçanès, autor de gran proyección en Sudamérica y que estrena su primer texto en castellano. Es una obra con personajes en movimiento, en tránsito existencial. Con dos turistas nos encontramos en el inicio de la obra, ubicado en un hotel de la llamada triple frontera, en el cruce entre Argentina, Brasil y Paraguay, marcado por la imponente catarata de Iguazú.
Son un pareja española, madura, que llega a la habitación de su hotel y se enfrasca en un fuego cruzado de preguntas a raíz de un pequeño incidente en su viaje, una cita no concretada con otro joven viajero. Lo que parece una nimiedad abre un interrogatorio a dos bandas, con el que Miró teje de forma soberbia el conflicto entre ambos. Es un carrusel de preguntas retóricas que revelan un mar de fondo que amenaza tempestad. Así queda demostrado cuando Carmen, de repente, abandona la habitación para salir a fumar. Y no vuelve. Se va a por tabaco, que se dice.
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Se inicia entonces lo que el propio dramaturgo ha definido como una road movie teatral. Ella, lo sabremos más adelante, hace una llamada en busca de noticias de un hijo que se marchó de casa. Y Enrique, su marido, va tras sus pasos, desconcertado por la incierta puerta que se ha abierto en su vida. A partir de ahí se desencadenarán una serie de encuentros con una singular empleada de hotel, un chófer de autocar que lo fue del subte hasta que no pudo resistir tantos suicidios delante de su vagón del metro, una guía turística, una mujer solitaria que mantiene encuentros fugaces con desconocidos o un sacerdote en busca de ovnis. A todos los retrata Miró de forma breve y certera.
El final del viaje nos lleva hasta Catamarca donde la pareja se reencuentra con una revelación trágica. Será Tía, la dueña de una restaurante quien desgrana con tanto dramatismo como dulzura el desenlace. Así fluye siempre una obra de poso melancólico y que remite, según Miró, a unos años de mucho movimiento, tanto entre los argentinos que huían del corralito como con ese joven hijo ausente de Olvidémonos de ser turistas que dejó una España en crisis en busca de un porvenir mejor.
A ese cuadro de vida le pone Izcovich una ajustada dirección para dibujar los cambios de escena, a partir de un excelente uso de la iluminación. Tiene además la complicidad y buen hacer de su reparto hispano-argentino. Lina Lambert y Pablo Viña dejan huella siempre de esa pareja madura, otoñal, con ese secreto por descubrir. Los argentinos Eugenia Alonso y Esteban Meloni, mientras, se reparten el resto de papeles en un nueva demostración de la gran escuela interpretativa de su país.
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