ARTE

Guinovart antes de Guinovart

Una exposición sobre la estancia del artista en París y su época más picasiana

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Natàlia Farré

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Un Guinovart desconocido. Un Guinovart antes de Guinovart. Un Guinovart que no juega con la materia ni con los grandes formatos. Un Guinovart que no intenta presentar la naturaleza sino imitarla. Un Guinovart que no es pura abstracción sino todo figuración. Un Guinovart que mira a Cézanne, a Matisse y a Picasso.

Un Guinovart que se embebe de la modernidad y la bohemia parisina, para luego escupir todo lo asimilado y renacer con su propio lenguaje.

Esto es lo que explica <strong>Guinovart, le parisien</strong>, la exposición que el Institut Francès dedica al artista catalán en el año a él consagrado a raíz de cumplirse una década de su muerte. 

La muestra es pequeña, 30 obras, pero grande en cambios. Empieza con Nadal, un óleo de 1950 completamente primitivista, románico y figurativo. Los personajes son hieráticos y los ojos de los retratados recuerdan los del Pantocrátor de Taüll. Y acaba con una puerta. Abstracta y matérica al más estilo Guinovart. Entre pieza y pieza han pasado solo 10 años, pero ha pasado, también, una «experiencia capital», en palabras del propio creador: su viaje a París. 

En 1952, Josep Guinovart recibió una beca del Institut Francès, la misma que aprovecharon Antoni Tàpies y Xavier Valls, y se fue a la ciudad por excelencia del arte. Ahí vio las creaciones de Matisse y Cézzane, y conoció a Picasso. Y todo cambió. Abandonó el

primitivismo y sus piezas se llenaron de sensualidad y modernidad, como El beso; de exotismo, ahí están los dibujos de un hombre negro sobre cartulina azul; o de la huella de Juli González y Josep de Togores: Retrato de un hombre. Pero también y sobre todo se llenaron de Picasso. El malagueño impregnó toda la producción parisina de Guinovart pero su impronta sobresale en La Venus de la cité y en Palomas. 

PINTOR DE SÍNTESIS

Se trata de un Guinovart muy poco conocido (y estudiado), y esta es una de las gracias de la exposición. La otra es la evolución fulgurante e intensa que sufrió su lenguaje en solo unos meses de estancia en París.

Hay un «antes y un después». Lo decía el autor y lo evidencia su producción. Dejó la figuración para abrazar la abstracción. «Es el salto del románico al informalismo pasando por Picasso», resume Àlex Susanna, comisario del Any Guinovart.

Aunque, cuidado, con este artista nada es sencillo. Pues tanto el personaje como la obra fueron poliédricos. «Luchó siempre contra la idea de estilo. Toda su carrera es un proceso constante de construcción-destrucción. Algo que lo hace inclasificable. Algunos artistas son abstractos, matéricos o informales, Guinovart lo es todo. Es un pintor físico y metafísico, lírico y dramático. Es un pintor de síntesis», sentencia Susanna. 

Reverso de obra de cráneo, un arlequín picassiano embarrado, cierra simbólicamente la etapa figurativa  de la exposición para dar paso a Espacios recortados, unos pequeños collages, que ya apuntan al Guinovart del futuro: en ellos recorta, experimenta y juega con la materia. La muestra acaba con la citada puerta y el que fue ya el lenguaje propio del artista.

Aunque matizar es importante: «Después de París no toda su producción fue igual. Siguió evolucionando siempre».