BRINDIS POR PEPE

Una cena con Rubianes

Una velada literaria con Joan Lluís Bozzo en el hotel Negresco Princess se convierte en un homenaje al añorado actor

DOBLE ALICIENTEBozzo habla con los comensales, que por 30 euros disfrutaron de los platos de Jon García y de una estimulante charla.

DOBLE ALICIENTEBozzo habla con los comensales, que por 30 euros disfrutaron de los platos de Jon García y de una estimulante charla.

Imma Muñoz

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En un momento de la velada, que tenía un algo escenográfico de última cena, Joan Lluís Bozzo alzó las manos al cielo y exclamó: «¡Hostia, Pepe, si me estás escuchando!». Y las 17 personas que llevaban hora y media sorbiendo sus palabras destensaron la posición de escucha atenta, llevaron la mirada más allá del techo y rieron.

La primera cena literaria organizada por el renovado hotel Negresco Princess, que se ha aliado con el Club TR3SC para apostar por la cultura como plus de su oferta hotelera, tuvo como invitado oficial al escritor y hombre de teatro Joan Lluís Bozzo, pero quien acabó adueñándose de la velada fue el añorado Pepe Rubianes, íntimo de Bozzo y protagonista absoluto de su último libro, 'Pepe i jo' (Editorial Pòrtic). «El 'jo' es para que quede claro que no pretendía escribir ninguna biografía, solo contar de forma subjetiva lo que significó para mí esta amistad de tantos años», había dicho el autor casi al inicio de la velada, y dos horas y media más tarde, cuando se daba por finalizada, nadie dudaba de que había significado mucho, y por qué.

MÁS ALLÁ DEL EXABRUPTO

Azuzado por el interés de un auditorio que parecía más que a gusto con la cena (buen entorno, mejor comida, excelente atención) y la cálida franqueza del orador, habló Bozzo de «la persona más generosa que podía haber»; del obsesivo rastreador del dolor de Lorca, primero, y de Machado, después; del faldero capaz de amar con una entrega nunca vista y de abandonar, cuando sentía que le faltaba el aire, con una frialdad aún mayor; del actor («no soportaba lo de humorista») que enseñó al público a ir más allá del exabrupto salvaje y a valorar la figura del bufón. «La primera vez que mi madre fue al teatro a verle, le dijo: 'No me has gustado nada. Pero nada, nada'. Veinte años después, nadie le arrancaba carcajadas como él. Ella creía que no podía reírse con un 'me-cago-en-Dios'. Él le mostró que sí: le quitó el corsé».

Contó Bozzo que le había costado empezar a escribir este libro, que había necesitado superar el duelo para hacerlo. «Al principio, al pensar en él, me venían a la mente el cáncer y su muerte. Y yo no quería hablar de eso». Quería contar anécdotas reveladoras, como la de la vez que tuvo que sacarlo la guardia civil de una actuación en un pueblo del Segrià porque mandó «a tomar por culo» al público que le silbaba escandalizado, o la del día en que sus frecuentes plegarias para que algo obligara a suspender el espectáculo fueron escuchadas y una nevada impidió abrir el teatro. «Decía que, cuando subía por la Rambla hacia el Capitol, se le hacía cuesta arriba, que no quería actuar. Pero ese día no paraba de repetir: '¡Ay, qué tristeza más grande, qué pena!'. Así de complejo era».

EL ABRAZO PENDIENTE

Se lanzó a escribir Bozzo tras un sueño en el que vio de nuevo a Rubianes entre nosotros, en el teatro, y entendió que era el momento de darle el abrazo, literario esta vez, que no le había dado en el encuentro que sería el último. «Por cómo me miró, él sabía que no nos volveríamos a ver. Pero yo no quise darme cuenta y no le abracé como merecía la ocasión. Porque estábamos en la calle, porque los hombres tenemos este tipo de pudor... O tal vez porque nuestra relación estaba marcada por los comentarios humorísticos, y eso hice: despedirme con algún chascarrillo», lamentó.

Si Rubianes echó o no en falta el gesto de Bozzo en aquel momento, no lo podemos saber. Pero ocho años más tarde, el calor sí se sintió en ese comedor donde unos extraños cenaron como amigos abrazados al recuerdo de alguien que les regaló mucho más que carcajadas.