ENCUENTROS AFORTUNADOS

El verdadero amor huele a lavanda

Empar Fernández aparca la novela negra para pasear por los años más duros del siglo XX en 'Hotel Lutecia', una historia de segundas oportunidades

EL VERDADERO AMOR HUELE A LAVANDA_MEDIA_2

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Imma Muñoz

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Empar Fernández espera en la estación de França, la misma que en su última novela, 'Hotel Lutecia', da la bienvenida a Barcelona a André, un joven francés que en poco tiempo ha perdido a su madre y a su padre, Andreu, cuya infancia persigue por las angostas calles del Poble Sec de 1969, tan distintas de los inabarcables paisajes de la Provenza natal del muchacho.

André busca al niño que fue un día Andreu, al chico rebelde que se alistó en el bando republicano, al hombre orgulloso que pagó su compromiso con la agonía de Dachau, al despojo humano que, desafiando toda lógica, sobrevivió al infierno. André quiere conocer, quiere entender a ese padre del que solo sabe que un día apareció en París sin más equipaje que un frío insobornable en los pies y en el alma, y que llegó a la Provenza siguiendo el olor de la lavanda. Se siente perdido y cree que su única brújula es la verdad que Barcelona, por boca de su abuelo Andrés, puede contarle.

CAMBIO DE TERCIO

Empar Fernández no se siente perdida, al menos no como escritora, y le tiene bastante menos fe a la verdad. «Está sobrevalorada -asegura-. Hay cosas que es mejor no saber. Mi anterior novela se llamaba 'Maldita verdad', y esta se podría haber titulado igual». La premiada 'Maldita verdad' cerraba un ciclo de tres novelas negras -o «gris asfalto», como suele definir ella esos libros tan pegados a la cara más fea de las ciudades y de las personas que las habitan- centrado en la culpa (las otras dos eran 'La mujer que no bajó del avión' y 'La última llamada', publicadas, en el 2014 y el 2015, respectivamente, por Versátil).

Aunque, tal vez, cuando puso el punto y final a esa trilogía no sabía que se lo estaba poniendo también al género: en 'Hotel Lutecia' es la Historia, y no el laberinto de la mente humana, el eje de la trama. «No fue buscado -explica Fernández-. Se me cruzó el Lutecia, y me di cuenta de que su existencia reseguía los grandes hechos del siglo XX». Inaugurado en 1910, sus lujosas habitaciones alojaron a mitos como Picasso o Joséphine Baker. Durante la ocupación nazi fue tomado por el Ejército Mayor alemán, y cuando este fue derrotado acogió, bajo la supervisión de la Cruz Roja, a los supervivientes de los campos de concentración, que llegaban al lugar buscando cobijo e información sobre el paradero de sus seres queridos.

«Me interesó tanto el edificio que quise hablar de él a través de la experiencia de alguien que podría haber estado allí, un hombre atropellado por la Historia». Ese hombre es Andreu, el republicano que venció a Dachau pero que estuvo a punto de ser derrotado por la pena. «Alguien que toca fondo y debe recomponerse. Porque esta es también una novela de segundas oportunidades», resume la autora. Y coral como la vida misma.

FAMILIAS DE ACOGIDA

Blanche, con un instinto maternal que ha sobrevivido a su hijo, muerto prematuramente; Alain y Serafín, jóvenes que no pueden permitirse serlo; Ginesa, viuda doliente «que tiene otra novela ella sola»; la corajuda y dulce Claudine... Con la soledad de cada uno de ellos en una Provenza de miseria que lucha por cerrar la herida de la segunda guerra mundial construye Fernández un canto a las familias adoptivas, a «esas personas que se acogen y que establecen lazos más fuertes que los de la sangre», y que edifican el verdadero amor alrededor de mujeres que huelen a lavanda. 

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