nuevo nicho musical

Sala Taro: el último nido de distorsión

Han pasado apenas cuatro meses desde que este local abrió puertas en Sants y ya está en boca de toda la escena. Un espacio de líneas simples y honestas que bombea efusividad por la música alternativa

El trío de Manresa Bright Joy, en concierto en la Sala Taro.

El trío de Manresa Bright Joy, en concierto en la Sala Taro. / periodico

Albert Fernández

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A veces de noche también suceden milagros candorosos y genuinos. Como entrar en un sitio por primera vez y sentirse automáticamente en casa. Cruzas la doble y hermética puerta de <strong>Sala Taro</strong> y enseguida te das cuenta de que, aunque debutes en este bar, y el local se perciba como recién estrenado, el ambiente es tan familiar que reconforta al primer guitarrazo.

Pronto se dejan ver caras conocidas, y se reparten saludos sonrientes mientras algunos ojean alguna de las ‘MondoSonoro’ apiladas en la barra, comentando las listas de lo mejor del año: que si Carolina Durante esto, que si Yawners lo otro… <strong>Sala Taro</strong> se suma a ese nicho musical hipotético que comparten locales como la Sala Vol, Heliogàbal, Meteoro o Freedonia, para aportar nuevas dosis de decibelios de rock, pop y punk independiente, reforzando la cantera local. Esa continuidad de los bares invita a brindar confiados por el nacimiento, con ese buen rollo que da descubrir un sitio al que sabes que vas a volver a menudo. Además, la birra cuesta menos de 3 euros. Las líneas rojas que se dibujan frente a la barra capturan por un momento las miradas. Cuatro barras anaranjadas que se extienden sobre el negro intenso de techo y paredes, delineando un ambiente minimalista y algo retro. Al fondo, superada la esquina con la cabina del DJ donde acaba la barra, puede verse el escenario, que se adivina algo más grande del que había antes en ese mismo garito. Porque la <strong>Taro</strong> aflora donde antes estaba el mítico local Koitton Club, un clásico de Sants.

En los pocos meses que lleva abierta, la <strong>Taro</strong> ha programado un buen número de conciertos y sesiones de DJ, con artistas de la calidad de Marta Knight, y Ran Ran Ran, más animadores del bailoteo como Radioplex Nacho Ruiz o los mismísimos Hidrogenesse en formato DJ 'set'.

Esta noche actúan dos bandas que juegan con luminosidades en su nombre. Comienzan Bright Joy, un trío de Manresa que practica un sonido ‘cold wave’, tan fiero como preciso. Con los primeros acordes, el personal repartido al final de la sala se empieza a aglutinar, aparecen los rezagados que fumaban afuera y de pronto te das cuenta de que en nada se ha reunido una buena parroquia. Con el público ya bien apretado cerca del escenario, los chicos dan paso a Luces Negras, tres chicas de Barcelona que se divierten como si aquello fuera un ensayo con público, y botan y ríen mientras lanzan sus descargas de pop de trinchera, a medio camino entre lo naif y una cierta oscuridad helada. El último rasgueo de cuerdas lo recoge el DJ de la noche con una canción de Björk que casi no recordábamos. El tipo tras las tablas no es otro que Luis Le Nuit un clásico imbatible de la noche barcelonesa, con mucha pista a las espaldas.

Nervio guitarrero

Nervio guitarrero

Después de la segunda ronda y los abrazos pos-concierto, nos lanzamos a la calle adoquinada para echar un piti, incluso los que no fumamos. Aprovecho para charlar con el responsable de la sala, Josep Comas, sin dejar de saludar a los habituales. Josep tiene claro que el papel de <strong>Sala Taro</strong> es sumar estímulos en ese nervio musical guitarrero que va desde el centro de la ciudad hasta la agitación pos-punk de L’Hospitalet, protagonizada por salas como El Pumarejo y Z0W1E.

Como integrante de una banda, Olympic Flame, Josep se muestra orgulloso de que todos los currantes de la <strong>Taro</strong> tengan alguna relación con el mundo de la música, entiende que algunas salas cedan a sonoridades urban y abandonen las guitarras (aunque la <strong>Taro</strong> forme parte de la resistencia rock). De vuelta me aclara que los propietarios de la sala son los dueños de la maravillosa bodega de al lado, Can Violí (plaza Iberia, 2), que cuando se enteraron del traspaso de Koitton Club le dieron a él toda la confianza para programar la música que todavía hace vibrar a una abundante tribu.

Y cómo no oscilar, si según vuelves adentro te ponen la más coreable de The Black Keys, los contoneos se disparan con el hitazo de Le Tigre y sin pestañear te sacan un licor café y 14 selfies con ese fondo de de proyecciones geométricas, haces de luz blanca y roja que, conjuntados con el negro, harían las delicias de Kylo Ren. Al contrario de lo que piensa ese Sith renegado, a veces la tradición se da la mano con lo que vendrá.