RUMBA A LO CONOCIDO

Estopa, de la comisaría a las bravas que más les gustan

Ruta por la Cornellà canalla y sentimental con el dúo, antes de que el sábado remate la gira en el Palau Sant Jordi

Estopa, en los rincones de su infancia.

Estopa, en los rincones de su infancia. / JULIO CARBÓ

Núria Martorell

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Los rincones imprescindibles de Cornellà si eres fan de Estopa. Y si no, pues también. Hacemos esta ruta sentimental con David y Jose Muñoz días antes de que finiquiten a lo grande la gira de 'Rumba a lo desconocido'. Nunca habían realizado dos Palau Sant Jordi con un mismo disco. Este sábado 15 de octubre se atreven con el reto. Nos lanzamos con ellos 'Rumba a lo conocido', por sus calles, y, como era de esperar, les paran cada dos por tres vecinos como la peluquera que peinó al pequeño del dúo el día de la comunión o el amigo del psiquiátrico con el que comparten café y confidencias.

Bar La Española

Avenida de Sant Ildefons, 3

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Los padres de David y Jose regentaron este bar durante 20 años. Antes, tuvieron otros, como Can Serra o el bar Nuevo, justo al lado del campo del Barça. «Tenían un camarero sordomudo y no veas los gestos de la clientela para hacerse entender. Si querían un café con leche, pues...». David deja de hablar y teatraliza el final de la frase haciendo ver que con una mano manipula la cafetera y, con la otra, presiona el pecho. «Este, La Española, era del tío de mi padre, el que nos hacía las guitarras -prosigue Jose-. Y luego lo cogió papá. Nos hemos criado aquí. Entre este bar, que está en el número 3, y nuestra casa, en el número 26, a pocos metros de distancia».


Writers Barcelona

Avenida de Sant ildefons, 3 (tienda)

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«Antes era un bar de drogatas y mi padre no nos dejaba entrar aquí. Todo esto, en los años 80, era un descampado y te encontrabas jeringuillas, de todo...», recuerda David. «Y aquí es donde hacíamos las hogueras en Sant Joan. ¡Las más grandes de todo Cornellà!», exclama Jose. «Había una empresa de transportes, pillábamos los palés y con tanta madera era imposible ganarnos. Competíamos con otros descampados que también montaban sus hogueras y un día, ya hartos, nos quemaron la nuestra a traición y en pleno día», añade David, el grafitero del dúo. «Yo fui grafitero de los 14 a los 17 años. Lo que más me gustaba era firmar, que se lleva mucho ahora». Su nombre de guerra era Powers. Y aún quedan algunas de sus pintadas. «Dejé el grafiti cuando casi nos pillan en el metro. ¡Qué cabreo cogió mi madre!».


La comisaría

Avenida de Sant Ildefons, s/n

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«Este pedazo de comisaría empezó siendo un cuartelillo con ocho policías. Cada año venían nuevos. Nos conocíamos mogollón. Y algunos, destinados por distintos sitios de España, nos han venido a ver a los conciertos. Y justo al lado vivía Emilio, de La Banda Trapera del Río y quien realmente me enseñó a tocar la guitarra. Mi padre nos enseñaba a colocar los dedos, pero él le ponía nombre a las notas. Y también tuvimos de profe a Jordi, que parecía un maestro Jedi. Él fue quien nos enseñó cómo construir una canción y nos introdujo en los acordes relativos: 'El primo del sol es el si menor'».

La versión de David de por qué nos detenemos en la comisaría es más canalla.

«Me hacían venir para las ruedas de reconocimiento. Estaba en la barra del bar y me decían: 'Vente, que hemos pillado a un tío y yo también me pondré'. Era toda una experiencia».

«Por cierto: que siempre hay el poli bueno y el poli malo es una gran verdad. Yo lo corroboro -añade Jose-. Cuando nos hacían redadas en plazas conflictivas, como ya nos conocían, al resto les iban pidiendo los carnets y cuando nos tocaba a nosotros, en vez de eso nos daban una colleja. Eso sí, luego se lo contaban a nuestro padre».


Mercat Municipal

Avenida de Sant Ildefons, s/n

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«Es el mejor mercado de toda Barcelona -suelta sin titubeos David-, y tiene justo al lado la parada de metro de Sant Ildefons, está perfectamente comunicado. Cuando trabajaba en la fábrica, en el turno de noche, a las seis de la mañana, ahí había el único bar abierto a esas horas y nos poníamos a desayunar un plato de lentejas, por ejemplo. Ah, y aquí mi hermano se perdió una vez siendo un renacuajo. Mi madre iba de parada en parada, pidiendo que le fueran preparando las cosas -¡tienen el mejor género!-, y se lo dejó olvidado en la sillita. ¡Menudo susto se llevó la pobre!».


Parque de Can Mercadér

Carretera de l'Hospitalet, s/n

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«Aquí, en el pulmón de Cornellà, nos disfrazábamos de Tortugas Ninja y asustábamos a la peña. Nos poníamos a hacer kung-fú a modo de performance y cuando veíamos a una pareja besándose y tal, nos abalanzábamos sobre ellos. Es un parque chulísimo. Nos subíamos a los árboles, corríamos tras los patos... Y tiene hasta una piscina municipal. Yo iba muchas mañanas a hacer cola para nadar, pero me inventaba que conocía a alguien que estaba antes que yo y así me la ahorraba. Mi mujer ya no me deja hacer de espabilado», ríe David. «¡Qué bueno cuando hacíamos de Ninja! Teníamos coreografías, armas [palos]... Para llegar hasta el parque teníamos que cruzar una vía de tren, sin ninguna señalización, y un riachuelo de aguas fecales que apestaba, claro. El reto era saltarlo sin caerse. Era y es un lugar mágico», asegura Jose.


El colegio

Bloques de pisos de la calle de Acàcies

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«Las aulas del colegio Jaime I estaban en los bajos de estos bloques de pisos. Y esto de aquí que ahora ves asfaltado -David señala el suelo- era donde pasábamos los recreos. Entonces era de tierra y cuando llovía todo era barro y charcos. Para ir al pabellón deportivo, nos teníamos que desplazar. El trayecto era la comisaría, cruzar la calle y cuando pasábamos por delante del bar La Española, pues, claro, nuestros padres salían a saludarnos. Vivíamos en el número 26, 4º 2ª de estos pisos que parecen piezas de dominó. Y aquí también estaban la abuela, una tía... Ah, ¡y el cantante Junco! La de horas, durante el patio y después de las clases, que nos pasábamos escuchándole cantar a través de la ventana». «Hola mi amor / tengo que hablar contigo / estoy cansado, estoy hecho un lío...», entonan los dos, a dúo.


Las últimas dos paradas están en sitios colindantes a Cornellà. Estopa orbita en ellos.


Café Berlín

Calle de Rafael Casanova i Comes, 1. Esplugues de Llobregat

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«Le llamamos La Berlín, por lo de la Berlinale de cine. Nos gusta su ambiente agradable, que fomenta la conversación. Al calor de una cerveza, o varias -explica David-, hemos gestado muchas ideas con Mikel Urmeneta». Mikel les ha dirigido videoclips como 'Pastillas para no dormir', diseñado portadas... Y las camisetas que lucen están diseñadas por él. David y Jose saludan cariñosamente a alguien que se acerca. No es Mikel, sino Hans: «¿Vosotros sois mundiales, verdad?», les suelta con acento alemán. «Claro, claro. Venga, tómate un café con leche», le invita David. «Gracias, Josedavid», le contesta Hans juntando los dos nombres. «Así nunca se equivoca», ríe Jose. «Está en un centro psiquiátrico que hay aquí muy cerca. Y casi nadie habla con ellos», se lamenta.


El Picoteo Can Domingo

Calle de la Creu, 1. Sant Just Desvern

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«En la ruta no aparece nada de lo típico, de lo más turístico: el castillo, la iglesia de Santa Maria, la Torre de la Miranda... Preferimos enseñar nuestra Cornellà», enfatiza David, en el restaurante preferido de Jose. El hermano pequeño pide un plato de fideos. Y una tapa de patatas bravas, que nunca falta. «Las bravas son una religión -bendice David-. Mi hermano y yo somos distintos en lo culinario, pero en esto estamos de acuerdo. Las bravas mueven el mundo. Al menos, el Baix Llobregat».