Toma pan y moja

Adictos a la ‘calçotada’, por Òscar Broc

Sería difícil convencer a un alien de que estamos cuerdos, pero a los diez minutos ya tendría el babero puesto y toda la jeta bañada en salsa romesco

calçots

calçots / Manu Mitru

Òscar Broc

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Explícale a un alienígena que os juntáis 20 personas para comer cebollas a la brasa con un babero. Que envolvéis el vegetal con papel de periódico, lo destripáis y os lo zampáis con el pescuezo apuntando al firmamento. Sería difícil convencer a un visitante del espacio exterior de que estamos cuerdos; eso sí, estoy convencido de que a los diez minutos, el alien ya tendría el babero puesto y toda la jeta bañada en salsa romesco.

Tengo la teoría de que los catalanes tenemos una mezcla de sangre y calçots en las venas. Solo así puede explicarse que cada año, por Ias mismas fechas, nos entreguemos en cuerpo y alma a al mismo ritual. La calçotada es mucho más que una costumbre, el concepto de tradición le va pequeño. Es una idea inabarcable que está directamente adosada a nuestro ácido desoxirribonucleico. Sería un error intentar entenderla. Hay que sentirla. Mancharse. Sorber con estrépito. Bajarlo todo con vinacho. Volver a casa desfondado. 

Estampa familiar

El cuadro es maravilloso. Tu cuñado borracho con el babero por montera. Tu primo derramando el vino con gaseosa por todas partes, menos donde toca: el porrón. Tu novio escondido detrás de un Everest de cachos de carne requemados. La yaya levantando a peso dos cubos llenos de crema catalana. Tu hermano intoxicado por el humo de la brasa. Dedos pegajosos y empapados de salsa, tinta y restos negruzcos de calçot. Manguerazos de ratafía directos a la cara. Algunos valientes se la juegan abriéndose la camisa y dejando la panza al descubierto. ¿Alguien tiene una toallita para limpiarme las salpicaduras de romesco de las gafas?

En estos tiempos de postureo, cocina molecular y 'brunch' vegano, este ritual pagano es un acto de rebelión a todos los niveles. Dicen que para mancharse hay que bajar al barro. Pues yo digo que para ser feliz, al menos una vez en la vida, hay que bajar a la calçotada.

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