Toma pan y moja

Salvado por un Colajet, por Òscar Broc

Es un cohete milagroso. Tengo 4 cajas en el congelador por miedo a que desaparezcan algún día del súper

ONBARCELONA

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Òscar Broc

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Cuando volví a Barcelona de vacaciones, tuve que seguir el ritual de cada año: ir al súper con el cuchillo entre los dientes para abastecerme de alimentos y llenar la nevera. El mercado de la Concepció, cerrado. Mi colmado de confianza, de vacaciones. Y dadas las aterradoras experiencias que he vivido con la fruta de supermercado, tuve que buscar una alternativa en los lineales para llenar el hueco de los postres

Los yogures fueron mi primera opción, pero algo me llamó la atención en los congeladores. Algo me hizo mirar a través de los cristales rebozados de vaho, unos colores familiares: marrón, amarillo y negro, sobre fondo azul. Una caja de Colajets surgió del frío como si fuera una aparición mariana, salvadora. Un cohete de los 80 que salió a mi rescate. Empujado quizás por la nostalgia, el bochorno barcelonés o la desesperación, me hice con una de esas cajas. Fue una de las mejores decisiones que he tomado en las últimas semanas.  

Un 'haiku' comestible

Qué placer derretir la punta de chocolate, saborear lentamente el armazón de limón y chupetear los reactores de cola. Aunque sea un tópico, los placeres sencillos son a veces los más intensos y Colajet es un 'haiku' comestible. Sigo comiendo fruta, aunque esté más cara que la cocaína, pero adoro recurrir a este polo mientras me divierto con las pelucas chichinabo del nuevo episodio de 'La casa del dragón'.

Después de aquel flechazo en los congeladores del súper, el cohete helado y yo ya somos pareja estable. Ahora, cada noche acudo a su abrazo reconfortante. Es mi merecidísimo premio al final del día. Tanta es mi dependencia sentimental de semejante artefacto, que tengo 4 cajas acumuladas en las profundidades de mi congelador por miedo a que algún día desaparezcan del súper. Solo espero que Drácula no se entrometa en nuestra ardorosa relación. 

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