Toma pan y moja

Es tiempo de lentejas, por Òscar Broc

Hay un extraño y atrayente morbo en esto de zamparse platos de puchero y guisos contundentes en pleno verano

Lentejas

Lentejas

Òscar Broc

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El otro día me comí un plato de lentejas. Cuando digo el otro día, me refiero a un martes de junio infernal, con el termómetro escupiendo mercurio. Hacía tanto calor que las ranas iban con cantimplora, Chiquito de la Calzada 'dixit'. Y lo hice. Vaya si lo hice. Un platazo rebosante de lentejas recién salidas de la olla, con sus islotes porcinos asomándose en el espeso océano de leguminosas. La fortuna favorece a los valientes, dicen. 

Hay un extraño y atrayente morbo en esto de zamparse platos de puchero y guisos contundentes en pleno verano. Las lentejas son mi transgresión favorita durante estas fechas. Son una declaración de principios en tiempos de ensaladillas, pokes, tartars de salmón y gazpachos de sandía. La ingesta te proporciona un placer distinto cuando calienta el sol aquí en la playa. En invierno, cada cucharada es un regalo; en verano, cada cucharada es un reto

Verano de puchero

Hay dos agentes a los que felicitar por buena salud de la noble práctica del pucherazo veraniego. El primero es la resistencia del cucharón, esa facción de glotones valientes que no renunciaría a sus lentejas ni el desierto qatarí, que le planta cara a las canículas a base de humeantes platos de legumbres y tocino. Al fuego hay que combatirlo con fuego. 

El segundo, pero no menos importante, son todas esas casas de comidas, bodegas y restaurantes de menú que no borran las lentejas de su pizarra ni aunque puedas freír un huevo en el asfalto. Más que constancia, lo suyo es una actitud frente a la vida.  

Además, no tengo ninguna duda de que jamás perderemos tan buena costumbre. Dentro de cinco mil millones de años, el sol se expandirá, se convertirá en una gigante roja y carbonizará la corteza terrestre. Pues seguro habrá alguien en algún garito zampándose el último plato de lentejas de la historia de la humanidad.

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