Oda a la encasada

Aunque es más antigua que las cejas de Ortega Cano, la descubrí hace relativamente poco tiempo. Me la encontré expuesta en la histórica vitrina de La Colmena, posiblemente mi pastelería favorita de Barcelona. Fue mi primer contacto visual con la encasada, también conocida como enquesada. 

Aquel dulce inflado en forma de cúpula me pareció irresistible. Quizás fue por su aparente esponjosidad o su espartana puesta en escena (un poco de azúcar glas por encima y poco más), pero algo prendió entre nosotros. A los cinco minutos ya estaba en mis manos, y aquello fue como pegarle un bocado a la historia de Barcelona. 

La relatividad repostera de Einstein

La encasada es un dulce típico de Barcelona que se hizo popular a principios del siglo XX (antes de llegar a las pastelerías, se comenzó a cocinar en las casas, de ahí el nombre). También generó una anécdota: cuenta la leyenda que cuando visitó la ciudad en 1923, Einstein probó la encasada durante una cena y casi pierde el sentido de la relatividad. En pleno 2021 poquísimas pastelerías la ofrecen, y la pieza que factura La Colmena merece todo mi respeto: crujiente por fuera y etérea por dentro, con un relleno de mató celestial y un sabor a repostería catalana antigua que no se olvida. 

Que la encasada siga viva es casi un milagro. Por eso, deberíamos venerar La Colmena, así como todas las pastelerías que levantan diques contra modas y se convierten en preservadoras de recetas autóctonas en serio peligro de extinción. Su trabajo trasciende la mera repostería y se adentra en lo social. Por cierto, es una lástima que Einstein no hubiera probado la encasada antes de crear la teoría de la relatividad: ahora podríamos sacar pecho y decir que un producto catalán fue el detonante de tanta inspiración.

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