Toma pan y moja

Vale ya con el pulpo

No hay restaurante 'cool' que no tenga su tentáculo braseado. Lo consumimos compulsivamente como si el ‘stock’ fuera ilimitado

PULPO

PULPO

Òscar Broc

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Pulpo y más pulpo. No hay restaurante 'cool' que no tenga su tentáculo braseado, no hay garito de tapas que no te lo ponga a feira, no hay gastrobar que no lo incluya en su oferta de platillos. El pulpo ya es un icono con el mismo estatus que la ensaladilla rusa o las bravas: la diferencia es que estas dos recetas tienden al infinito y el pulpo, como todo animal de Dios, es finito y escasea cuando la demanda se desata. 

No hace falta ser un genio para adivinar que el pulpo autóctono no da para tanto. Todos conocemos la leyenda: un altísimo porcentaje del que comemos los españoles viene de Marruecos, Portugal o Mauritania y, según los afortunados que han podido comparar, el cefalópodo importado no tiene la calidad y la textura del ejemplar gallego. Pues nos la trae al pairo. Seguimos consumiéndolo compulsivamente como si el 'stock' fuera ilimitado. 

'Otras mentes'

Hace unos años, cayó en mis manos Otras mentes, de Peter Godfrey-Smith, un libro sobre la complejidad de la mente del pulpo. Su lectura me produjo un conflicto moral que aún me golpea las sienes cada vez que veo pulpo en la carta. Aprendí que se trata de un animal inteligente, complejo, con una curiosidad insaciable. Y que en cautividad es capaz de reconocer, amar e incluso detestar a sus cuidadores. Para colmo, un tiempo después me conmoví con 'My octopus teacher' (Netflix), un documental sobre la amistad que entablaron un buceador y un pulpo en libertad.

Funcionó. Tanto el libro como el documental me empujaron a reducir mi abundante consumo de pulpo a ocasiones muy especiales y me demostraron que solo el remordimiento de conciencia nos quitará el tentáculo de los ojos para que veamos lo obvio: ya es hora de que dejemos al pobre bicho en paz.  

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