Toma pan y moja

Cruasanes pegajosos

Es un agujero negro de pastelería industrial. Nada escapa a su pringue, ni siquiera la luz

Bandeja de cruasanes

Bandeja de cruasanes / JORDI COTRINA

Òscar Broc

Òscar Broc

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El lunes pasado coincidí en Catalunya Ràdio con el cruasán ‘master’ Pol Torres, alma mater de la magnífica pastelería The Bakers. Estuvimos hablando sobre cuernos/mantequilla y llegamos a la misma conclusión/lamento: ¿Por qué no han detenido todavía a la persona que tuvo la idea de embadurnar los cruasanes con un almíbar pegajoso y dulzón? ¿Dónde están los Mossos cuando los necesitas?

No hay nada más desolador que un cruasán malo. En Barcelona son legión, están en la mayoría de bares, cafeterías y panaderías 'low cost'; por mucho que corras, no te librarás de estos ejemplares descongelados, melifluos y con menos mantequilla que una lata de berberechos. No obstante, hay algo peor que un cruasán malo: un cruasán malo recubierto de almíbar

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No descarto que algún sociópata defienda los cruasanes pringosos, rebozados de brillantina, pero se mire por donde se mire, se trata de una patada en la bajo vientre del sentido común. La dichosa capa de almíbar le confiere un insoportable dulzor industrial a la pieza, la somete a una tempestad de sacarosa a prueba de empastes, enmascara torpemente las carencias del bicho. 

Pegajosidad cósmica

Pero lo más enojoso es la pegajosidad cósmica del ungüento. Tan grave es el asunto que algunos cruasanes solo puedes comértelos con cubiertos (a menos que quieras pringarte hasta la médula espinal). El cruasán pegajoso es un agujero negro de pastelería industrial, nada escapa a su pringue, ni siquiera la luz. Dedos recubiertos de melaza, incontables pedazos de servilleta de papel incrustados en la corteza del bollo, labios rociados de Loctite, barba con estalactitas de almíbar reseco, pantalla del móvil con mucosa… 

Juro que alguna vez he tenido la tentación de usarlos como atrapamoscas. 

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