BOTELLAS CON HISTORIA

El vino que regresó del barro

Un año después de que la riada del Francolí se llevara la bodega Rendé Masdéu, elaboran en unas nuevas instalaciones

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Pau Arenós

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Sobre el mantel, la botella con barro seco es imponente, inquietante y trágica. Al manejarla, el sedimento cae y deja sobre el blanco los restos del infortunio. La mancha sobre el blanco. El polvo ocre es el río Francolí, que el 22 de octubre del 2019 se desbordó: hubo cuatro muertos y dos desaparecidos y arrasó la bodega Rendé Masdéu, en L’Espluga.

Las imágenes son impresionantes: la riada arrancó el edificio. «Desapareció. Quedó una pared de un metro», dice Mariona Rendé. La herencia, en una pared de un metro.

Un año después, los Roig Rendé, Mariona, su marido, Jordi, y sus hijos, Arnau y Jordi, siguen haciendo vino en un nuevo hogar, en las cavas Simó de Palau, que adquirieron en un concurso de acreedores. «Somos payeses, viticultores. La viña estaba intacta, así que teníamos una cosecha por delante y nos angustiaba no tener un lugar».

Las cepas, esplendorosas, ofreciendo el fruto con su propio ritmo al margen de los humanos y las desgracias.

La vieja edificación tenía mil metros cuadrados; las instalaciones de Simó de Palau, 5.800. Una enormidad. «Hicimos números y nos decidimos: ‘Pedalearemos más’». «Egoístamente, con el seguro y la ayuda de la gente teníamos la vida solucionada. Pero somos guerreros», sigue Mariona.

14 hectáreas con cultivo ecológico y «una campaña complicado por el mildiu», aunque el hongo, a diferencia de otras zonas, les ha afectado «poco». Un año, entonces, «con vinos muy buenos». Reconforta escuchar eso en el aciago 2020.

Nunca, dice Mariona, hubo opción para la derrota. Se instalaron en 1994 junto al río Francolí por una riada y una riada los desalojó 25 años después.

Aquel inmueble había sido propiedad del bisabuelo, bombardeado en la guerra civil, reconstruido, reconvertido por el abuelo en fábrica de tripa de embutidos, heredado por el padre y, otra vez, transformado para un uso distinto: almacén de maquinaria agrícola.

La crecida del 94 les dio la oportunidad de pensarlo de nuevo: renació como bodega. Ese lugar ya no está, ese lugar ya no existe. Solo quedó el Vi de Fang.

La cumbre del clima

«Fue espontáneo». El nombre y la idea de comercializarlo nacieron con las botas metidas en la ruina. Rememora Mariona el desescombro: «Bajé poco, estaba hundida». Los amigos y los vecinos y la familia recuperaron las botellas enterradas en el lodo. «A un amigo, que es como un hermano, se le ocurrió: ‘Esta botella hay que venderla. Yo, no la limpiaría. Hay que sacarla como Vi de Fang’». Llevar la inundación, y sus consecuencias, a lugares secos y cálidos.

Es un símbolo, siguió el amigo. El valor metafórico es alto. La mancha marrón sobre el mantel impoluto. Josep Roca, de El Celler de Can Roca, adquirió 60 botellas que sirvió en la Cumbre del Clima a los amos del mundo. La consecuencia del cambio climático era esa botella con costra. 

En noviembre del 2019 compré una, forrada, claro, con el aluvión. La he abierto recientemente, coincidiendo con el primer aniversario. En Rendé Masdéu la vendían a 15 euros y habían pedido a los distribuidores y tiendas que lo hicieran a ese precio: un insolidario me cobró 21 euros en Barcelona.

La desgracia hace aflorar a los pícaros y a los altruistas. Mariona habla de los segundos: «Nos ayudó gente del pueblo, de fuera, del mundo. Cuando te ayudan tanto piensas: ‘Lo hacen para que no dejes de hacer lo que sabes hacer’».

Mi botella enfangada, hermosa en la catástrofe, contenía un 2017: o era el cabernet sauvignon Peu de Bosc o el syrah Arnau. Diría que el syrah, aunque en una cata a ciegas tengo menos talento que un babuino. Mariona descarta que fuera el Trepat del Jordiet, la tercera posibilidad, por la forma del envase. Dejó rastro en mi mesa: esa era la misión.

Acaban de etiquetar –estas, sí– 1.800 botellas con el nombre de Vi de Fang 2017 (12 €) y podrían ser tanto Peu de Bosc como Arnau: el azar, de nuevo.

Y aún les quedan unas 400 recubiertas con lo que arrastró el Francolí.

Son un testimonio con relieve.

El mapa de lo que el río se llevó.