TOMA PAN Y MOJA
Espejismo a domicilio
El 'delivery' no es ninguna solución, ni siquiera un parche: es una tirita en una yugular seccionada
Òscar Broc
Veo la foto del martes pasado, con los chefs más mediáticos pidiendo la reactivación del sector, y aunque aplaudo la iniciativa, no puedo evitar preguntarme si la ofensiva llega demasiado tarde para aquellos negocios más humildes y abocados a la quiebra, cuyos propietarios no tienen contratos publicitarios, no dan carísimas conferencias o no presentan programas de televisión que les permitan seguir a flote.
El único clavo al que se pueden aferrar estos restaurantes modestos no arde, está al rojo vivo: el ‘delivery’. Estos días he podido probar muchos ‘deliveries’, y aunque se aprecia el esfuerzo de la mayoría de restaurantes por contar con un ‘packaging’ reciclable, incluir instrucciones para termines el plato en casa y minimizar los estragos de la bici, en muchos casos la experiencia culinaria es tan desangelada como el fútbol sin público.
Tolerancia cero
El ‘delivery’ es el espejismo borroso del espíritu de un restaurante. Lo saben los clientes y también los cocineros, que no solo ven cómo sus platos se deprecian durante el trayecto, sino que tienen que convertirse en robots ‘multitask’ y preparar los pedidos, empaquetar la comida para que llegue en el mejor estado posible, controlar a los ‘riders’, lidiar con los problemas técnicos del red, tragarse con una sonrisa las mordidas de las plataformas de reparto y no desmoronarse emocionalmente al comprobar que los ingresos son irrisorios y las facturas siguen punzándoles el cuello, como la navaja oxidada de un atracador enloquecido. Así pues, tolerancia cero con los gurús que tienen la desfachatez de venderlo como una opción de futuro, porque el ‘delivery’ no es ninguna solución, ni siquiera un parche: es una tirita en una yugular seccionada.
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