LOS RESTAURANTES DE PAU ARENÓS

Rías de Galicia: gambas contra Prozac

Juan Carlos, Pedro y Borja Iglesias, en el vivero del Rías de Galicia. Foto: Joan Puig

Juan Carlos, Pedro y Borja Iglesias, en el vivero del Rías de Galicia. Foto: Joan Puig

Pau Arenós

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Los hermanos Iglesias, Juan Carlos, Borja y Pedro, se mueven más que un pulpo con sobredosis de algas.

La reforma de la planta baja de la hipermarisquería Rías de Galicia, la tienda 'online' Gastrojoyería, la asociación con los Adrià Brothers en el Tickets y el 41º (donde Albert Adrià estrena el menú Experience para 16 personas, las 16 sillas más buscadas de Barcelona) y la reconversión del Cañota en tapería juguetona y a precio 'indie'.

Celebraron los 25 años del Rías con una fiesta antidepresiva –¿a quién no consuelan los percebes y el caviar?– en la antigua fábrica de Damm, recordando a la ciudad que, si hay alguna razón para un festejo, el cava tiene que ser descorchado de inmediato, porque no sabemos hasta cuándo sobreviviremos.

Ese es, más o menos, el mensaje que Juan Carlos (1967), el mayor de los hermanos, difundió esa noche de pimentón. Gambas contra Prozac.

Cañota representa lo 'indie' y Rías, lo sénior, así que si el cuerpo pide ostras, 'espardenyes', pulpitos o angulas hay que llevar la cartera preñada. Regresé al Rías con la excusa del aniversario, a la captura del pulpo que cocina el chef Ever Cubilla, revisión de la común receta 'a feira', que ya probé en aquel Mondo de corta órbita que perteneció a los Iglesias. Taco del octópodo a baja temperatura con esferas de aceite y patata infusionada.

Pulpo de gala, pulpo enseñoreado, probablemente el mejor pulpo del mundo, si es posible escribir eso sin que se enfaden las pulpeiras que trabajan a golpes el molusco marroquí congelado.

Confieso que el día que fui al Rías me acababan de socavar una muela del juicio –espero que la dentista no arrancara el poco 'seny' que me queda– y la boca prefería cosas frías. Las ostras de Guillardeau fueron un bálsamo. Nunca las había tomado por prescripción médica.

De la bodega increíble, oceánica, Juan Carlos rescató un burdeos, Château Duhart Milon del 2001, que resisitió el oleaje con arrojo.

Mientras el anfitrión me contaba la historia de los padres, Cándido y Pura, y los avatares dickensianos hasta llegar al 1986 fundacional, iba picando de aquí y allá: la croqueta de gamba, el 'tartar' de ventresca (no me convenció el de bogavante), las gambas de Palamós (ay, señor), las rematadamente buenas gambas al ajillo (resuelven los problemas habituales en este servicio, la conversión del crustáceo en una bolita seca), la 'espardenya' con patata («lo que más me gusta»), el arroz con nécora y el rodaballo al pil-pil.

El hijo fue narrando el horror del padre cuando le comunicaron que habían decidido servir sashimi, aunque la lógica indica que en este expositor de lo crudo, donde señorean las ostras y las almejas, el corte japonés estaba justificado.

En las dos plantas –mejorarán la superior, añadiendo una barra para cocinar a la vista– caben Galicia, Japón, lo sénior, lo júnior, la tradición, la tecnología.

Hipermarisquería al fin.