LOS RESTAURANTES DE PAU ARENÓS

Xemei: Moro de Venecia

Foto: Martí Fradera.

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Pau Arenós

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Los 'xemei', los gemelos,  son Max y Stefano Colombo (1976). Qué gran apellido, Colombo, gabardina, entrecejo y cigarrillo arrugado. El tercer socio no es un 'xemei', Maurizio de Vei, mediador entre dos tipos tan iguales que solo los distingues por los tatuajes. El primero en llegar a Barcelona fue Stefano. Después, Max. El tercero, Mauri.

Xemei es un restaurante veneciano cercano al Grec, ese teatro que solo revive en verano y languidece durante tres estaciones. Lejos de los itinerarios gastronómicos, incluso de los periféricos, los barceloneses han ido descubriendo el establecimiento  alertados por cómplices.

Fíate más de un inocente con pasión culinaria que de un crítico resabiado. A mí me llevó un amigo, novelista estupendo, que tiene en Italia a una de sus patrias. Se puede tener varias patrias, sobre todo si son gastronómicas, poéticas o sentimentales.

Ese amigo de hace 25 años, Dani, aseguró que las pastas las hacía Max con una paciencia de anciano. Es tan infrecuente la artesanía que el espectáculo de unos espaguetis sin la participación de la industria merecía el viaje a la montaña de Montjuïc.

¿Cómo es Xemei? Ese pequeño restaurante que querrías tener en la esquina de tu calle. “La gente de barrio nos gusta, somos de barrio”, proclama Max.

Cuadros y máscaras como la que utiliza Maurizio en la fotografía para ocultarse, mesas de madera que fueron escritorios para una cocina ilustrada.

“En Venecia, la cocina tradicional está casada con la que llegaba de Oriente. Los primeros espaguetis entraron por allí, el bacalao salado... Una mezcla de lo que proveía el mar Adriàtico y la tierra”, cuenta Max con el lenguaje de aquellos mercaderes de sedas, especias y cañones.

Xemei podría estar en uno de los caminos secundarios que los venecianos usan para despistar a los turistas que amenazan con hundir la población anfibia en el fondo de la laguna. Otra ciudad en la ciudad. He ahí la misma filosofía: también se llega al Xemei por rutas inesperadas.

Nada más acomodarte recibes una carta jeroglífica con los platos del día. Parece manufacturada por el escriba del faraón pero es en italiano del Véneto.

Aconseja Mauri el hígado a la veneciana, víscera del todo fiable que Max rehoga con laurel y cebolla. Por desgracia, las entrañas van siendo sustituidas en los restaurantes por entrecots, de acuerdo con esta sociedad de la opulencia y el simulacro que parece que ha entrado en decadencia.

Ofrece Maurizio –que se reparte los trabajos de sala con el gemelo Stefano– unos entrantes para dos.

Boquerones, caballa al horno, atún con tiras de limón confitado, calamares cortados con verduritas y unas sardinas encebolladas que hubieran complacido al mejor trío de comedores que ha dado la novela policiaca: Carvalho, Montalbano y Guido Brunetti como anfitrión.

De segundo, los espaguetis al nero de sepia, negros como la conciencia de Otelo, el moro de Venecia, atormentado por Yago. Dani elige otros espaguetis, estos, con el Adriático encima, almejas, mejillones, berberechos.

De postre, tiramisú, blanduras en recuerdo de Tazio, aquel adolescente de 'Muerte en Venecia', perseguido por un menorero con sombrero de paja.

Literatura y pastas oscuras. Es lo que ofrece Xemei.