DINERO DE CATALUNYA PARA UNA INICIATIVA SOCIAL EN ÁFRICA

Un grupo de 23 mujeres marroquís instauran su propia empresa gracias a la fundación CIRE

El programa, pionero en el Magreb, es una apuesta por la libertad femenina

Emprendedora. Chibia Balzioni, en su empresa de Mohamedia.

Emprendedora. Chibia Balzioni, en su empresa de Mohamedia.

BEATRIZ GARCÍA
RABAT

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Marroquí conservadora, sin ataduras matrimoniales y harta a sus 33 años de ser una asalariada mal pagada, ha comenzado su carrera empresarial. Heredó de su familia la afición por el aluminio y la carpintería. Un gremio impensable para las mujeres, sobre todo ante los ojos de los más conservadores en países árabes y no árabes "que solo darían a la mujer tareas domésticas", denuncia Rachida Armus.

Ella no solo ha transgredido el terreno de los hombres cargando placas térmicas y calderas para instalar, sino que además lidera una sociedad donde una quincena de marroquís están bajo sus órdenes. Dice que son como sus hijos. Prefiere establecer con sus empleados una relación de madre a hijo antes que de jefa a subordinado. "Así me respetan más", subraya.

Como Rachida, hay otras 22 mujeres que pelean en Marruecos por ser empresarias. Casa Pionnieres les ha tendido una mano. Es un programa pionero, único en el Magreb, creado por la fundación catalana CIRE, que impulsa los proyectos de mujeres emprendedoras.

Perfil emprendedor

Sin responder a un perfil de mujeres abandonadas, excluidas o maltratadas, se benefician de unos cursos de formación. Y tienen a su disposición un despacho con conexión a internet y teléfono. El programa es una puerta de entrada a la anhelada libertad femenina de las candidatas, que son de Casablanca y Mohamedia.

Otra mujer, Karime Rahib, está colgada al teléfono buscando compradores. Distribuye lencería por todo Marruecos. Ninguna pieza ligera de mangas o piernas. Frente al ordenador, se detiene en los nuevos modelitos que comprará a Estados Unidos. En España, pese a estar más cerca, le salen más caros. Karime no para de sonreír: "Prefiero estar todo el día aquí, antes que quedarme en casa". Claro que su caso es excepcional. "No cargo con hijos y marido", puntualiza.

Otra empresaria, Jamilia Lio, luce un buen escote, traje estrecho de color negro. Sin velo y un moño bien estirado, está lista para explayarse. "Ya es hora de que la mujer encuentre su sitio en esta sociedad", dice después de muchos años de insoportable desamparo económico. Es una casada con suerte, comentan las compañeras. Su marido, belga aunque de origen marroquí, no tiene nada que objetar a su empresa de textil. "Un hombre debe defender los derechos de la mujer y no combatirlos", subraya con coraje.

Ella se muestra muy animosa, a pesar de que hace cuatro meses echó el cerrojo a su empresa por una temporada. "Hasta que los clientes me paguen", asegura. Hacer trabajar a sus costureras sin pagarles el salario lo considera una falta grave a la moralidad. "En cuanto me ingresen el primer pago retomaré el taller", insiste. La primera piedra de su empresa la colocó gracias a las partidas de patatas que vendió en España. "No tenía dinero, y comencé a hacer negocios", recuerda. Con los ahorros que reunió se compró las primeras máquinas de coser.

Unas mujeres se superan a otras. Por muy sorprendente que parezca, sobretodo en Marruecos, Chibia Balzioni es soldadora profesional. Sus zapatos y casco de faena luchan a diario contra la presión social imperante. Doce hombres y una sola mujer atienden sus clases de teoría y práctica que imparte en Mohamedia. Aquí instaló su sociedad, que se ocupa además de reclutar a bomberos y agentes de seguridad privada para empresas. "Una jefa siempre es más tolerante con los empleados que un jefe", dice convencida.

Marido disconforme

El futuro marido de Chibia es un militar de alta graduación, a quien le repele el atrevimiento femenino de trabajar en el metal y el hierro. "No quiere que trabaje. Pero sabe que para mí es vital", dice orgullosa. Se casan en agosto, pero vaticina: "Nada cambiará, seguiré siendo independiente".

A su lado, una compañera le mira dubitativa. Ella se quitó el velo, y se arrancó el anillo después de cinco años de matrimonio. Su marido la quería encerrada en casa. "Y eso que es un hombre preparado del mundo de la cultura", se exclama. Ya ha logrado ser empresaria, pero ahora se enfrenta al peor envite: "De dónde sacar el dinero". El crédito Mukalawalati parecía ser la solución. Sin embargo, los bancos desconfían. "La financiación es mi hándicap y el de mis compañeras", critica. Aún no ha logrado la plena libertad económica, pero sí la personal.