Conde del asalto
Aprender a ir en bici en el polémico Consell de Cent

Aprendiendo a montar en bici en Consell de Cent.
“¿Se puede pestañear mientras vas en bici?”, me consulta, bajo ese enorme casco atómico pintado de colores. No entiende mi carcajada, incluso se siente algo ofendido, porque ha formulado la duda con absoluta seriedad, como si me preguntara si se le echa tomillo al estofado o si un muerto puede sonreír. Lo gracioso es que parpadea justo después del signo de interrogación, de lo que deduzco que lleva tres manzanas encadenadas sin cerrar los ojos, mientras yo lo acompañaba a la carrera jadeando con la boca abierta.
Hoy es el primer día de bicicleta sin ruedines y hemos elegido Consell de Cent para entrenarlo. Solo al acabar pensaré que igual no está permitido, aunque, vaya, la bici es tan ñaja que las velocidades son menores que las de un peatón de rebajas. Quizás, si lo consigue, deje en ofrenda esas ruedas supletorias en una esquina, como regalo a Barcelona Oberta y a todos los que reclamaron que esta calle volviera a estar llena de coches.
La pregunta, además, pincha un poco la solemnidad del momento. Al principio tienes que sostener el manillar con una mano y el sillín con la otra, guiar sus movimientos mientras corres al ritmo de la bici. Luego puedes sostener solo el sillín, al tiempo que das sudorosas instrucciones para que enderece el manillar y no tuerza la espalda. En un momento dado, lo sueltas dos, tres, cuatro pedaladas. Hasta que se fuga y lo ves alejarse alternando zozobra y velocidad, rápido, demasiado rápido, y ya no lo tocas ni proteges, por lo que solo te queda rezar para que no se estampe, para que no atropelle a NADIE ni choque con NADA. No sé si es necesario que subraye hasta qué punto esto funciona como metáfora no solo de la crianza, sino de la vida.
La primera vez
Aprender a ir en bici es algo que se recuerda, así que miro jaracandás, tilos de Crimea, plátanos, cinamomos (en realidad no sé diferenciarlos, ojalá un Shazam vegetal) convencido de que dentro de 20 años le vendrán flashes de este momento, También recuerdo mi primera vez: me veo volando con una Orbea en Montjuic (crecí en el Sant Antoni sin superillas). Corrijo la carcajada y la cambio por una sonrisa suave para salir bien en la foto de su recuerdo.
Justo esta semana ha salido la noticia de cómo un juzgado reclama revertir el verde ganado a Consell de Cent. Y, quizás por eso, a la madre se le ocurrió que no había sitio mejor para enseñar a ir en bici a nuestro hijo mayor. Ahora o nunca, no vaya a ser que (no lo creo) la cosa prospere y se dictamine que aquí solo pueden circular coches SUV con trompos en semáforos en rojo, Scoppies 125 haciendo el caballito con el tubo de escape trucado o bicicletas con vasos de plástico en los radios para, ya que no contaminan, que hagan ruido.
Minicocina en la calle
Iniciamos la instrucción en Sant Joan y llegaremos hasta paseo de Gràcia. Es sábado por la tarde, así que las placitas de arena acogen a abuelos jugando al ajedrez, a adolescentes haciendo pícnics de Coca-Cola y Cheetos, a niños persiguiendo pequeños balones. La gente pasea más lento por aquí. Rematamos el Tourmalet en el Bar Zafra, donde nos reunimos con amigos: pedimos cañas y zumos de piña. La camarera (un gesto amable y por tanto insólito en esta ciudad) saca una minicocina infantil a la calle, para que los niños jueguen mientras bebemos. Y sé que no lo habría hecho si la calle Girona tuviera más tráfico y menos verde.
Noticias relacionadas“Mejor que no pestañees. No te pierdas nada”, pienso, justo antes de guiñarle el ojo.
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