Conde del asalto

Confesiones en la azotea, por Miqui Otero

Christina Rosenvinge y Laura Fernández estrenan los ‘Vermuts poéticos’. Durante los próximos domingos cruzarán a amigas y cómplices en la azotea del CaixaForum

barcelona/caixaforum.JPG

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Miqui Otero

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Una, con gafas de sol, marca el primer Fa en el mástil de la guitarra, mientras la otra le muestra un libro abierto con la letra de la canción. Parecen un conjunto escultórico, cuyo título no sería algo rimbombante como 'La piedad', sino más bien: Amigas y fans

La cantante y poeta Christina Rosenvinge le ha pedido a la novelista Laura Fernández que le sostenga esa letra de 1997. Y lo curioso y bonito, aquí y siempre, es que seguramente la compositora pueda haber olvidado algún verso que ella misma escribió, pero lo que es seguro es que la fan podría recitarla de pe a pa incluso en un incómodo interrogatorio policial. «He cambiado el canal y te has ido de mi habitación / no puedo entender qué demonios te pasa», escuchamos en la azotea modernista del CaixaForum, el MNAC y la montaña escalonada al fondo.

Laura sostiene una letra de 1997 ante Christina y su guitarra.

Laura sostiene una letra de 1997 ante Christina y su guitarra. /

Ese «qué demonios» podría explicar «qué demonios hacemos aquí». Este es el primero de los Vermuts poéticos, enmarcados en el festival En otras palabras, que durante los próximos domingos cruzarán a amigas y cómplices (el siguiente, este día 14, Eva Baltasar y Maria Rodés). Y precisamente ese «qué demonios» solo lo podrían usar Rosenvinge y Fernández, que suelen emplear ese tercer idioma que nace de tantísimas canciones, novelas traducidas y 'sitcoms' dobladas que, en parte, las llevaron a escribir como escriben y a ser como son

Devoción pagana

Tiene sentido que estos encuentros se celebren en una azotea, desde siempre un buen lugar para el cuchicheo, la confesión y la sinceridad. Decía Montalbán que, en años de posguerra, los terrados, con las ropas tendidas como banderines de fiesta, eran el único lugar alejado del control policial de la calle y «el más cercano al cielo». Rosenvinge y Fernández, que siempre he sospechado que vinieron de otro planeta, están aquí más cerca de casa. 

Antes de artistas son amigas y antes de amigas fueron fans. Laura Fernández, entonces periodista, con una novela aún en el disco duro, entrevistó a Cristina Rosenvinge, con nuevo disco y recién regresada de Nueva York. Una entrevista puede convertirse en una conversación y una fan en una cómplice. Al acabar, se pidieron el número y ya no han dejado de hablar. Ahora, Laura Fernández lee un texto precioso de Mariana Enríquez: si Bogart no confiaba en alguien que no bebiera alcohol, ella recela de cualquier persona que no haya sido verdaderamente fan, que no haya sentido «esa euforia y esa fiebre», esa devoción pagana.

Anécdotas y vivencias

Rosenvinge, declarada fan de Fernández (cualquier tipo de amor puede ser correspondido), canta canciones que ha elegido su amiga. Desvelan vivencias y referentes compartidos (de Kurt Cobain a Sylvia Plath). «Igual los tíos quieren matar al padre, nosotras más bien queremos encontrar a la abuela. Nuestra tradición es como un punto de cadeneta, de esos que ganchillaban nuestras mayores», dice la cantante. Se recrean en las anécdotas, pero también en los procesos creativos.

Dicen una cosa inteligente tras otra y, sin embargo, lo que mejor ilustra su complicidad no sucede en el escenario. En las mesitas de la terraza, todo el público las mira concentrado, los ojos como platillos de café, salvo dos niños. Son los hijos de Laura, acostumbrados a la escena. El mayor lee un tebeo del Capitán América y la pequeña dibuja pokemons. Oigo como un coro infantil susurrado cada vez que Rosenvinge canta. Son los nenes: han escuchado tantas veces estas canciones en el CD del coche que se las saben de memoria. Hoy es el Día de la Madre. Todo esto tiene sentido y todo está a salvo.

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