Conde del asalto

Disfrazarse de uno mismo, por Miqui Otero

El Carnaval exige bastante esfuerzo, pero a cambio brinda una Barcelona con varios estímulos si se sabe mirar bien. He aquí tres puntos calientes

splendor

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Miqui Otero

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En el arranque de la película que adapta los cómics 'American Splendor', su autor y protagonista Harvey Pekar es un niño de 11 años que timbra la puerta de una casa acompañado de cuatro superhéroes. Cuando la anfitriona sale para repartir los caramelos, cuenta a Superman, Batman, Robin y Linterna Verde. Al reparar en la presencia de Harvey, que va vestido como siempre, se le tuerce el gesto. ¿Y tú de qué vas? «De Harvey Pekar, un niño del barrio», contesta el chaval con cara de pocos amigos, que se ha negado a disfrazarse

Es imposible no empatizar con él en determinados momentos de la semana de Carnaval. El Rey Carnestoltes es un monarca absolutista más mandón que Luis XIV, el Rey Sol, y exige bastante esfuerzo, pero a cambio brinda una Barcelona con varios estímulos si se sabe mirar bien. Una ciudad en semanas como esta ofrece una lógica onírica y es, por momentos, el mejor sueño (y en algunos muy concretos, un pelín pesadillesco). He aquí tres puntos calientes.

1) En los colegios. Detrás de cada niño vestido estos días con una camiseta del Barça hay unos padres con ojeras, secos de ideas y tiempo. El Rey o la Reina Carnestoltes exige llevar un disfraz diferente cada día de la semana (tribu urbana el lunes, personaje famoso el martes, pelos locos el miércoles, pijama el jueves o motivo marinero el viernes). Así que esos padres que catearon pretecnología y manualidades tienen que programar la semana para poder cumplir cada día con la orden real. Uno de los clásicos, que siempre me ha enternecido y que yo mismo he practicado, es ese día en el que se te pide que vistas a los niños de personaje famoso. Ahí es cuando rescatas la camiseta blaugrana y dices: «Va de jugador del primer equipo del Fútbol Club Barcelona». Estoy muy a favor de esta actitud. Solo que quizás podríamos afinar la apuesta y, dado que van de jugadores de élite, pintarles tatuajes por todo el cuerpo con Rotring y aplicar gomina en el pelo. Si quieren comprobar esto, diríjanse hoy a la salida de un colegio: verán más jugadores prometedores que en la Masia

2) En los mercados y franquicias de establecimientos. Hay algo mucho peor que la tiranía de Carnestoltes y es la de un CEO de cadena de bares o ropa. Me parecen bonitas esas pelucas rizadas color pistacho o fucsia que se animan a ponerse, a iniciativa propia, las pescaderas o los carniceros de los mercados. Me entristecen, en cambio, esos disfraces presuntamente graciosos que obligan a vestir a las cajeras de supermercados o de franquicias de alimentación. Nada más triste que alguien obligado por el capital a sonreír. Bueno, sí, alguien obligado por el capital a disfrazarse sin ganas. Si se fijan en sus ojos estos días se estarán asomando al abismo capitalista

3) En la noche, de fiesta. La gente de farra no se disfraza siempre de lo que le gusta (sea profesión o personaje) sino de lo que le gustaría ser o de lo que necesita (poniéndonos freudianos, se disfrazan de superyo, sí, pero se manifiesta el ello). Así, quien vaya mucho al gimnasio o se sienta sentimentalmente poco atendido reclamará atención disfrazándose de marinero marcabíceps o de diablesa con ligas. «Ponle una máscara y te dirá la verdad», escribió Oscar Wilde. Quizás, incluso, en alguna discoteca veamos a un jugador del Barça de 50 años o a alguien vestido de sí mismo, de uno que pasaba por ahí y observaba todo.

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