Conde del asalto
'Dance usted' en Barcelona, por Miqui Otero
El nuevo libro de Lluís Costa analiza la dimensión política y terapéutica del baile
Miqui Otero
Escritor
Aún recuerdo cuando me pareció una buena idea comprar un Twister para extenderlo en la pista de la Picnic, la sala pequeña del Apolo. En esa época, de vez en cuando yo ponía música allí, pero a veces, no contento con ponerla, también la bailaba (era como el que se ríe de su propio chiste). A menudo posaba la aguja en el surco del siguiente disco y me iba a la melé danzante de la pista. Al cabo de unos minutos le preguntaba al de al lado: “Oye, ¿qué pasa que no suena música? ¿No oyes un ruido raro?”. Y esa alma caritativa me contestaba: “A ver, es que el disco se ha acabado. ¿No eras tú el dj?”.
Ese ruido, ese brrrrr, era la aguja arañando el papel de la galleta del vinilo y ese pinchadiscos, yo, se había enfrascado tanto en el bailoteo que había olvidado sus deberes. Esa suspensión absoluta del juicio y de la verosimilitud (Twister con topos de colores incluidos) es el baile. Y si en algún momento lo hemos echado en falta ha sido durante la pandemia.
Precisamente durante el confinamiento Lluís Costa, escritor y agitador cultural indispensable en esta ciudad, comenzó a sentir la necesidad (como quien se descubre siguiendo el ritmo de un temazo con el pie) de escribir una especie de opúsculo sobre el baile. Entre la memoria, la historiografía, la sociología, el chamanismo e incluso la medicina (danzar aumenta el volumen de la corteza parahipocámpica, crucial en el funcionamiento de la memoria), 'Dance usted', que acaba de editar Anagrama, repasa todos y cada uno de los aspectos de esa actividad que el mismísimo Nietzsche consideraba indispensable para ser alguien mínimamente completo y respetable.
Poder terapéutico
Costa arranca en Bes, el dios egipcio que logró separar dos bandos en guerra por el control de una isla (Ibiza) interponiéndose entre ellos y moviendo el esqueleto (todos depusieron las armas y se unieron). Pero analiza tanto el poder terapéutico de la danza (numerosos estudios y programas pioneros), como su dimensión política (los swinging kids y los zazous que se rebelaron contra Hitler bailando; los ravers en la era Thatcher) o todas sus interesantísimas mutaciones, de las danzas para la fertilidad de los campos a los ritmos urbanos actuales.
Barcelona, cuna del baile
Costa, que ha gastado suela de Adidas Gazelle como pocos en las pistas de esta ciudad, todo lo abarca con un mismo ritmo y en poco más de un centenar de páginas. Nos debería interesar aquí especialmente, porque Barcelona siempre ha sido cuna de baile, desde las veladas benéficas en la Casa de la Caridad (ahora CCCB) a las danzas regionales de los primeros inmigrantes en Montjuic, desde los guateques caseros a las taxi girls que se alquilaban para un agarrado por minuto (“la gran democratización del baile”, en opinión de Juan Marsé) hasta el Sónar. Pero, sobre todo estos días que hace frío, ¿dónde podríamos movernos, antes o después de leer tu libro, Lluís Costa? Da tres clásicos: Apolo, Razzmatazz y Moog. Y luego un ejemplo más underground: el Freedonia. Y dos chivatazos: Curtis (“como Curtis Mayfield, en la calle Valencia, un 'listening bar' para gourmets vinileros y amantes del buen sonido”) y el Salvadiscos (“una tienda de vinilo, de Poble Sec, una asociación cultural que va con membresía y donde se hacen sesiones cada día de la semana, menos el lunes”).
Para estas Navidades, liberemos endorfinas y oxitocina, aprovechemos el ahora y rescatemos la frase de la película Johnny Guitar: “No dejes de bailar, Dancing Kid, y vivirás más años”.
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